viernes, 30 de octubre de 2009

TIEMPO (C)

Ya era hora. El tiempo pasaba lentamente. Nervioso me acomodé las ropas y tiré el chicle.
Estaba a media cuadra. Aún no cambiaba el semáforo.
La baldosa estaba húmeda. El sol rajaba la tierra. La vecina baldeaba la vereda. La escoba iba y venia. El agua, como un esclavo de la voluntad arbitraria de la mujer, también, aunque con la reticencia a ser manipulada propia de los líquidos que escapan por todos los huecos posibles.
Un tango, depresivo, sonaba desde lejos.
El viento lo arrastraba, como a tantas cosas. Como al agua, que iba y venía. Y el polvo.
A la lejanía, una ambulancia. Un zumbido se hacía eco en mis oídos hacía ya buen tiempo.
Con apuro, me ajusto los cordones.
El crujir de la grava ya se oía. La luz había cambiado, en una de esos caprichos de la vida. Mi transporte estaba cerca. Yo también.
Cada vez más cerca. El bufar del motor se escuchaba, como un gato que no se encuentra del todo a gusto por alguna razón incomprensible.
El viento ronroneaba al compás del barullo de la gente y el cepillar de la escoba.
Más cerca. Más.
El chirriar de los frenos me despierta. Reacciono. En un arrebato cósmico extiendo mi brazo. El chirriar se hace cada vez más intenso. Dudo. Temo. Un nudo se forma en mi garganta.
Por fin, en un tiempo que parece eterno, tomo una resolución. Se detiene y subo la escalerilla.
Era hora. Un reloj suena, recordándomelo, trago con dificultad indecible. Los explosivos que llevo en el pecho como un chaleco se llevan al colectivo a ningún lado.
Viento. El viento atrae a las ambulancias.

Seudónimo: Casas

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