sábado, 31 de octubre de 2009

LA GUERRA DESDE LOS OJOS DE UN JOVEN (A)

-Se avecina una guerra- dijo muy tranquilo Marhal, el gran e invencible guerrero de la tierra de Ivi Iví. Marhal era viudo y ya estaba viejo pero su sabiduría nunca se agotaba. El trataba de pasarle todos sus valores morales y saberes a su hijo Gonzá. Gonzá era un joven muy inteligente e introvertido, siempre ayudaba con los problemas del pueblo.
.-¿Qué ocurre padre?- preguntó extrañado por el comportamiento de Marhal.
.-Simplemente tengo un mal presentimiento por esas nubes que se asoman en el sur.-
Luego de esa conversación cada uno siguió con sus quehaceres cotidianos. Cayó la oscuridad y ambos se fueron a dormir. A la mitad de la noche las nubes que el sabio había visto comenzaron a descargarse estrepitosamente sobre la pequeña y frágil casa de madera. En ese momento Gonzá se despertó por un sonido parecido al llanto de una niña.
El muchacho salió a ver qué pasaba. A medida que avanzaba, el agua caía cada vez más fuerte hasta que cesó de golpe, justo cuando llegó a un claro del bosque que rodeaba la aldea. En él se encontraba la niña, ella hablaba de una guerra y abrazaba a su padre, quien entre lágrimas le decía que volvería. De repente Gonzá se despertó, todo seguía igual, la lluvia se mantenía constante y ningún llanto se escuchaba. Cuando se dispuso a dormir, se dio cuenta de que ya era de mañana y su padre estaba haciendo el desayuno.
.-Al parecer me asustaste con tu premonición porque la guerra se metió en mis sueños.
.- ¿Cómo puedes saber si fue un sueño?- Gonzá se mantuvo en silencio.
Justo al terminar de desayunar, llegó Juansé, el vocero del pueblo. Antes de que alguien dijera algo, estaba comenzando su discurso.
.-Dentro de dos horas habrá una reunión en el claro del bosque. Un hombre de cada familia debe asistir, tiene que ser valiente porque es posible que deba ir a una guerra. No quiero asustarlos pero esto es serio.
Marhal asintió con la cabeza porque lo que le decían era propio de su conocimiento, en eso, Juansé partió y se dirigió a su padre con estas palabras:
.- Padre, sabes que te amo y siempre te apoye en tus decisiones, pero debes entender que ya brindaste tus servicios para nuestro pueblo. Por eso te pido que borres de tu cabeza la idea que seguramente tienes y me dejes ir a mí. En caso de que algo llegara a pasarme sabrás que tu hijo murió peleando y podrás estar orgulloso.-
Marhal se despidió con un abrazo y se fue a su habitación. El valiente e ingenuo joven fue a preparar provisiones porque no sabía si tendría tiempo de hacerlo después, y tenía razón.
Cuando llegó a la plaza, sus pensamientos, que habían estado mezclados desde la noche anterior, se aclararon. Allí les informaron que se había desatado una violenta batalla en un país vecino y todos debían ayudar. Les pidieron que afilaran sus lanzas porque partirían al día siguiente.
Marhal no había salido de su cuarto, entonces Gonzá se fue. El cielo estaba azul y les levantaba el ánimo a todos esos jóvenes que debían irse de la comodidad de sus casas. Cuando partieron creían que el extenso camino nunca acabaría, pero antes de que se dieran cuenta, ya habían llegado. En el campamento habían dispuestas unas carpitas y un par de fogatas en las que Gonzá se acomodo rápidamente y sin ningún problema con otros de su tierra. Pero no había mucha conversación de su parte porque estaba aislado pensando, “para qué habré venido, tendría que haberme quedado en mi hogar usando mi mente para resolver problemas y dejar que mi padre venga, el es el guerrero de la familia. ¿Por qué yo, que nunca sigo mis impulsos, me dejé llevar con algo tan delicado como una guerra?”Cuando fue a dormir, se le cruzó por la cabeza la idea de que al día siguiente podía llegar a morir.
Mientras tanto, Marhal seguía encerrado en su habitación, llorando. La única ocasión en que se había lamentado fue cuando su bella esposa murió, injustamente, cuando daba a luz a su amado hijo. Esta vez las lágrimas no lo tomaron por sorpresa.
Al día siguiente, Gonzá se levantó pensando en su amado padre y en cuánto lo extrañaba. Todos juntos desayunaron lentamente tratando de atrasar ese horrible momento que no salía de sus cabezas. A diferencia del día anterior, el cielo no los entusiasmó.
Caminaron hasta el lugar de la batalla, sintiendo las hojas de sus espadas apretadas contra sus cuerpos esperando a ser desenvainadas. Al llegar, observaron detenidamente a los hombres que tenían que asesinar a sangre fría y muchos, incluyendo a Gonzá, nunca habían matado a nadie.
En el instante en que sonó el grito de guerra, Gonzá vio un rostro conocido. El mismo hombre que había estado en sus sueños la noche de la premonición de su padre, el mismo que lloraba por su hija, ese hombre que juro que volvería estaba corriendo hacia él.
Gonzá se quedó inmóvil, congelado en sus pensamientos como siempre lo hacía, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Hasta que algo lo hizo despertar. Un frío tan crudo como nunca había sentido en sus inviernos, algo le corrió por la garganta, como haber tragado aire del sur. De repente se le erizó la piel y vio al padre de la niña cubierto con su sangre. Cayó al suelo y logró ver el reflejo del sol en una de las lanzas que chocaban haciendo un ruido que cada vez se alejaba más de los oídos del joven. Gonzá respiró por última vez.

Seudónimo: Wonder Woman

LA GRAN SALVACIÓN (A)

Ianna Astrofmak de Humag era una mujer Tra-hall como todas, vestía túnicas de lino, era hermosa y dulce. Todos la apreciaban ya que era la mujer más bella de Hierbas Dulces. Pero ella tenía algo que no todas las mujeres podían conseguir, ella poseía algo único, hermoso, bellísimo.
Poseía la gema Carbugette, una gema que tenía tanto poder que ni el mismo Misáianes podría superar. Este diamante había sido incrustado en una piedra milenaria, la Talla Yúcaku, que se encuentra en el imperio de Las Lakidas muy lejos de la región del Nuboso.
Esto la hacía una mujer única, valiente y poderosa ya que el que poseía esta piedra preciosa, podía desde hacerse invisible hasta destruir poblados. En fin, se podía hacer cualquier cosa que se solicitara.
“Cuentan la historia los sabios que saben, que eran momentos de muchas guerras y miedo. Había una sola salvación; conseguir la gema Carbugette y pedirle que no haya más guerras, que la paz y la felicidad predominen nuevamente. Por lo tanto, la familia Astrofmak, formada por el sabio Kustinok, padre de Ianna, Acheram, su madre, Eknikov, su hermano y ella, viajaron hacia Ravak Tilly, el pueblo más cercano por el camino a Talla Yúcaku. Fueron días intensos de caminata combinado con un poco de cabalgata en llamellos. Cuando llegaron a este poblado, se instalaron en una carpa de piel de lalafkum, durmieron por la noche allí, y luego cargaron víveres y se dirigieron hacia Talla Yúcaku. Antes de llegar a este sector, un pastor del desierto se cruzó por el camino.
- ¿Qué hacéis por esta zona? Vosotros no vivís en esta región –dijo el pastor.
- Estamos conociendo la región –el sabio comentó sin ningún gesto de mentir; él sabía que no tenía que decir la verdad.
- Pues no os creo –contestó el pastor
- No me creas. Ahora sí, seguiremos camino así no perdemos tiempo que mañana regresamos a nuestros pagos
El desértico sacó su espada y le apuntó a Acheram. Luego dijo:
- ¡Dime qué están tramando!
- Ni te atrevas a tocarla –le respondió el sabio
De repente, una tormenta se aproximó y, como este malvado le tenía terror al agua, se marchó.
Acheram quedó aterrorizada luego de este encuentro. Eknikov trató de consolarla. Cuando al fin pudo, ya habían llegado a Talla Yúcaku. Esta región era muy árida, calurosa y con poca población, pero con estas precipitaciones, el clima no era tan sofocante.
Allí estaba la gema; en algo parecido a una duna sobresalía la piedra, y dentro de la piedra se encontraba la gema Carbugette. Kustinok tomó la piedra y luego se marcharon.
Varias lunas pasaron, cuando de repente vieron que un ejército husihuilke pasaba por la región. Por el otro lado, vieron a un ejército lewamense. Se preocuparon. Trataron de llegar al otro extremo del camino lo más rápido posible. Pero de pronto, una lluvia de flechas predominaba en el cielo. Era el fin para varios familiares. A Acheram, que estaba acurrucando a Ianna dormida, le atravesó una flecha en el pecho; a Eknikov, le traspasó otra flecha por la cabeza; los llamellos que llevaban consigo, ninguno sobrevivió. Fue la tristeza más fuerte que le tocó vivir a Kustinok en sus días. Varios soles y varias lunas caminó este solitario hombre junto a su pequeña hija de ojos celestes en brazos.
Al fin llegaron a Hierbas Dulces nuevamente. En ese momento se estaban viviendo cosas trágicas allí. Kustinok no se atrevió a usar la gema; no sabía cómo.
Pasados los años, todo hecho un desastre, la aldea se tuvo que trasladar más al sur del Nuboso, no quedaba casi nada. Fue entre esas mudanzas que Ianna, ya más grande, encontró el tesoro que guardaba su padre. Tardó varios años en descifrar sus secretos.
En aquellos años, su padre falleció haciendo una fuerza extremadamente grande. Ianna lamentó mucho este momento.
Estaba llorando. El diamante estaba al lado. Derramó una lágrima sobre este, y en él, se empiezan a distinguir unas palabras:
"Levántalo, di lo que necesites y se cumplirá"
Por lo tanto, como ella sabía por lo que su padre había luchado tanto, hizo lo que decía la piedra preciosa; la levantó y exclamó:
Haz que haya paz sobre estas tierras
Por lo tanto, se produjo lo que ella pronunció.
Cuando la gente del pueblo se enteró lo que había sucedido, ella fue muy aclamada, alabada y adorada y, como premio, la proclamaron la esposa del más feroz, ágil y valiente guerrero tra-hall, Thrall.”
Pasados muchos años, tuvieron tres bellos hijos y siguen siendo los protectores del pueblo.

Seudónimo: ELAL To

HISTORIA (A)

Comenzaba el día para Noch, un joven capusottikay de trece años. Pero no era un día común y corriente: Él y otros tres chicos, cumplían años ese día, lo que significaba que harían el ritual de iniciación al ponerse el sol.
Al cumplir trece años, todos los hombres capusottikay se reunían en la plaza y se daba por iniciado el ritual .Montados en unos llamellos, los concursantes debían usar sabia y habilidosamente una única flecha para matar a una especie de pájaro llamada gonión.
Una vez montados en el llamello, Noch, Lune, Teno y Side, comenzaron la búsqueda por el gonión. Había sido un abrir y cerrar de ojos cuando se acercó Side sosteniendo una flecha que atravesaba un gonión de pecho rojo. Luego de eso, se sentó en un banco, donde esperó a sus contrincantes.
Pasaron treinta minutos cuando a lo lejos, se pudo divisar la flecha de Teno, una flecha larga y de punta verde, impactar sobre el ojo de un izquierdo de un gonión bebé que sobre volaba el bosque Sugali. Era, quizás, el gonión más bello que nadie haya visto nunca.
Ya era de noche. La gente estaba volviendo a sus hogares. De repente, se acercó Tetro, el llamello de Lune, con el joven parado sobre su lomo. Tenía la flecha en la mano como si fuese un cuchillo. Entonces, fue ahí cuando en un movimiento rápido, apuñaló a un viejo gonión. Contento de tener el derecho de poder ir a la guerra, se sentó junto a sus amigos.
Sólo quedaba Noch, quien desesperado por encontrar un gonión, rodeaba una y otra vez el bosque Sugali. En la copa de un árbol, logró divisar un gonión recién nacido. Tensó el arco con todas sus fuerzas, apuntó y tiró.
Decepcionado por su fracaso, volvió a su hogar. Cuando llegó a su casa, su madre lo esperaba con muy malas noticias: Se había desatado una guerra contra su pueblo enemigo, los iralos, y su padre y amigos recién habilitados para luchar fueron al combate.
Con lágrimas en los ojos, su madre le tenía otra muy mala noticia: Su padre y sus amigos, habían muerto en el campo de batalla y que, además, los iralos se acercaban al pueblo.
Enfurecido, Noch tomo su arco y su flecha y se dirigió al campo de batalla, sabiendo que era en contra de las reglas del pueblo. Al llegar, lo único en que pensaba era en matar. Matar a toda costa. Y así lo hizo. Tomó la flecha cerca de la punta y la usó como si fuese un cuchillo. Mataba y mataba. Uno por uno, les iba clavando la flecha en el estómago. De repente, un iralo lanzo una flecha encendida, la cual quemó toda su ropa y le produjo unas heridas graves. Sin embargo, Noch continuó
Allí se podía ver al jefe de los iralos, Oídi. Era un ser malo y fornido. Se caracterizaba por usar un tapado de piel de llamello que él mismo había asesinado. Sin él, los iralos estarían perdidos. Noch tomó coraje, tensó el arco con todas sus fuerzas, apuntó y tiró, del mismo modo que lo hizo en el ritual.
Alegre, aunque a su vez deprimido, volvió a su hogar, con el tapado de piel que caracterizaba a Oídi. Su madre y un grupo de viejos capusottikays, lo esperaban allí.
En sus manos, traían a un gonión en su lecho de muerte. Le pidieron por favor, que lo matara. Noch accedió con gusto. Luego de esto, uno de los tres hombres, le cortó una pluma y la colocó en un collar.
-Debido a tu bondad y valentía- dijo otro capusottikay- le entrego este collar de honor, que acredita a su poseedor, a pesar de no haber pasado la prueba, a participar en cualquier guerra. También le doy a su disposición a la mujer que usted elija.
Veinte años después de esto, Noch se casó con Nana y tuvieron dos hijos.
Exactamente este día es el día en que Tony, uno de sus hijos, hará el ritual de iniciación. Exactamente igual, como ocurrió hace veinte años.

Seudónimo: Gurati Ceravo

GULI (A)

¡Ayúdame en la cocina! ¡En un rato comemos! – Escuché el grito de mi mamá llamándome. Mi estómago rugía desde horas atrás pero no se me antojaba bajar las escaleras a buscar algo que comer. Cuando llegué a la mesa, de roble, antes suave y lustrada, ahora rallada, desde que mi mamá se había especializado en tallar madera, descubrí que había cinco sillas, cosa que llamó bastante mi atención ya que desde que mi papá había fallecido no ocupaban la mesa más de dos sillas. Estaba confundida, intentando formular la pregunta, y cuidando mi tono de voz para que no sonara tan impresionada o curiosa por algo tan tonto -por llamarlo de alguna forma- cuando ella me dijo, adivinando mi expresión, que teníamos invitados de otro pueblo, que eran de mi misma edad y que venían por un trabajo escolar. Pude adivinar que no había cambiado mi cara de atónita, cuando me pasó la mano enfrente de mí porque me había quedado tildada mirando el mantel blanco de piel que cubría la mesa, y el centro que ocupaba la mayor parte de ésta, con un florero hecho por mi madre (de madera por supuesto) con flores silvestres de la selva que nos rodeaba. Supe que era gente más civilizada que nosotros, que no era de pueblo, sino de grandes ciudades y que venían a conseguir información de nosotros para un trabajo de una materia que tenían llamada Historia universal, al recordar las palabras de la profesora Tinia cuando me dijo que me había elegido por mi ‘‘gran poder de descripción’’, cosa que yo no creía demasiado.
Eran las ocho treinta de la noche, mi mamá, desesperada por la nueva visita, me rogó que me bañara sin importar si lo había hecho a la mañana o no, y que me vistiera con mis mejores ropas. Nuestra ducha era un balde de madera, con agua del río que cruzaba nuestra zona, y mis ropas no eran mas que abrigos de piel de los animales de la selva, los mas indefensos y pequeños ya que no teníamos los granos de maíz suficientes para pagar esas caras vestimentas de piel de tigre, y hasta de elefante. Una vez terminada mi tarea, fui a la cocina pensando en que podría ocupar mi tiempo para no tener que cocinar, cosa que odiaba, en especial si teníamos que desgranar el maíz fresco de nuestro huerto, sabiendo que era lo único que teníamos, tanto para alimentarnos como para pagar los impuestos de la casa, que no eran demasiados. Decidí ir afuera a regar las plantas de nuestra huerta y cosechar todo el maíz que pudiera para guardarlo en nuestra ‘‘caja de ahorros’’ de madera, fabricada por mi madre, cuya tapa decía ‘‘ahorros’’, por eso ella decía que era original. Cuando estaba cruzando la puerta, en verdad corriendo la cortina de suave piel de oso que nos mantenía calientes impidiendo la entrada de corrientes de viento, pensé que si lo hacía tendría que volver a bañarme y cambiarme, con otras prendas, mas feas que éstas que llevaba puestas. Mientras pensaba todo eso, aún seguía en la puerta mirando el suelo, cuando vi unas sombras acercarse. Levanté la mirada, todavía viéndome con las otras ropas, desprolijas y rotas enfrente de los muchachos que seguramente vestirían más elegantes, cuando los vi a ellos, hermosos, de piel blanca, cabellos dorados y crispados y ojos claros, similares a un celeste o verde. Me llamaron por mi nombre, Nuyén, con esa voz diferente y su acento cordobés. Eran muy diferentes a nosotros, ellos de piel blanca, nosotros de piel morena; ellos de ojos claros, nosotros de ojos marrones; ellos de cabellos suaves y dorados, nosotros de cabellos rizados y secos; ellos altos y flacos; nosotros petisos y rellenitos; ellos de buen comer, nosotros alimentados solo con granos de maíz; ellos civilizados, nosotros apenas sabiendo leer y escribir tanto nuestra propia lengua como la suya con ladrillos sobre piedras; ellos pudiéndose comunicar con esas cosas extrañas que llevaban en sus bolsillos, nosotros solo mediante cartas que llevaban las águilas mensajeras, y tantas mas, que en ese momento no se me ocurrían. Me quedé muda al escuchar sus voces aterciopeladas. Mi madre los invitó a pasar, pero yo aún seguía sosteniendo la cortina boquiabierta. Me tuvo que empujar unas cuantas veces para que yo cayera en lo que estaba sucediendo, hasta que reaccioné y me corrí intentando mantener el respeto.
Se quedaron a cenar; en la mesa, estaban callados, demasiado para mi gusto, sabía que mi mamá se estaba quedando sin preguntas a las que ellos respondían con un simple si o no, por lo que decidí actuar y empezar a describir el lugar. Primero tuve que esperar a que ellos sacaran de esas bolsas hechas de un material raro que aquí no teníamos una especie de libreta con hojas, según ellos fabricadas a partir de troncos de árboles y unos palos finos con puntas que tenían alguna especie de tintura especial que escribía en esos papeles, cada una de diferentes colores. Comencé mi relato:
Soy Nuyén, habitante de Tulke, un pueblo indígena situado en una zona selvática, por lo que tenemos clima cálido la mayor parte del año. Vivimos en chozas hechas con paredes de troncos de árboles y techos de paja. Sus puertas son simples, con pieles de animales de la jungla que nos rodea. La aldea está fortificada con una pared de troncos de los árboles más fuertes de la zona y por fuera de ésta pasa un río denominado río Guacamayo, ya que cuando ellos lo hallaron, estaba lleno de guacamayos sedientos, que se volaron rápidamente al ver a los extraños visitantes. – en ese momento me miraron con cara extraña, y supe reconocer lo que les había sucedido: al cruzar el puente que unía las dos orillas del río los guacamayos que todavía siguen bebiendo agua de allí, se volaron, inacostumbrados a ellos; seguí mi descripción haciéndome la distraída – Cada choza tiene su cantidad de granos de maíz, con lo que pagamos todos nuestros bienes. Estos granos se adquieren de las plantas de maíz que están plantadas en nuestras huertas, de las que también nos alimentamos. Podrán ver que cada choza es más grande o pequeña y tiene mas plantas de maíz o menos, dependiendo del poder adquisitivo de las mismas. Los niños y adolescentes de cada familia vamos al ‘‘instituto’’ así llamado por nosotros, en un intento de creer que estamos yendo de verdad al colegio ya que no aprendemos mas que la historia de nuestros antecesores y a leer y escribir tanto su lengua como la nuestra. Las mujeres adultas se encargan tanto de la recolección de maíz como de frutos que se encuentran fuera de la aldea. - ahí fue cuando los tres miraron las flores que adornaban el aburrido florero de madera, pero yo seguí mi relato para no olvidar por que parte iba – En cambio los hombres son los encargados de prepararse para cazar a los animales que sirven de alimento para las familias que pueden pagarlos y de vestimenta, variando su valor dependiendo del tamaño. – Dejé de hablar, finalizando mi relato, pero ellos aún seguían mirándome con cara ansiosa. Les dediqué una sonrisa, intentando calmar su ansiedad y que dejaran ese palo en la mesa y así levantarse e irse ya que me estaban poniendo bastante nerviosa al ver cuanto tenían ellos, todo lo que a nosotros nos faltaba para tener una vida más fácil. Mis pensamientos se cumplieron, pero antes de irse, me volvieron a agradecer con esa dulce voz y dejaron en mis manos un lindo oso de peluche que tenía una carta que decía: Gracias por todo Nuyén, nos diste lo justo y necesario para nuestro trabajo... ten cuidado con esto, es delicado aunque no lo parezca, te lo mereces mucho pero intenta de no alardear ni mostrarlo demasiado. Pablo, Matías y Santiago.
Tenían nombres de ciudad, tal como lo pensé. Me quedé en la puerta de mi chocita, viendo las últimas sombras de los visitantes y pensando cual era el significado de esa carta.
Esa noche me acosté, totalmente cansada después de ese día agotador. Al día siguiente desperté todavía dormida, ya que la mayor parte de la noche no había pegado ojo pensando en esa rara carta. Desayuné un cuenco de cereales (de maíz) como de costumbre y volví a subir las escaleras para armar mi ‘‘cama’’. Busqué el oso de peluche por todos lados, pero no lo pude encontrar. Estaba en eso, cuando escuché un débil rugido que provenía de mi montón de ropa tirada a un costado de la puerta. Tiré esa ropa al suelo, desesperada por ver que era lo que me había sorprendido a mitad de mi búsqueda. Debajo de las prendas había un pequeño oso bebé que tenía en su mano la carta de los muchachos, el mismo color que el peluche y su mancha en el ojo: era idéntico. Bajé las escaleras con Guli (así lo llamé) en mis brazos y comprendiendo el significado de las palabras enroscadas del papel. Mi mamá no me creyó ni una palabra de lo que le dije hasta que llegó la noche y al esconderse el último rayo de sol el oso volvió a ser de ese material extraño. Ninguna de las dos lo podía creer.
En los meses que siguieron, Guli creció hasta llegar a un punto en el que ni siquiera el peluche entraba en mi habitación, ya que a medida que crecía el oso real, también lo hacía el de peluche. Siete meses después de la llegada de los extraños, Guli era una enorme bola de pelos y mi madre ya no lo quería tener en casa ya que llamaba la atención de los vecinos y ya era demasiado grande para nuestra pequeña choza por lo que me pidió que lo llevara a la selva. Yo no quería, pensando que por más de que no quisiera todas las noches se convertiría en un juguete y cualquier niño que pasara por allí lo querría para él.
No sabía qué hacer, si hacerle caso a mi madre o hacer lo que yo quería con Guli, mi mascota y a su vez compañero para dormir. No quería abandonarlo aún, por lo que le dije a mi mamá que me dejara pensar que era lo que haría con él. Me aproveché de ese tiempo que me dio para no pensar, sino pasar todo el tiempo que pudiera con él; hasta falté al ‘‘instituto’’ unos cuantos días, creyendo que al siguiente Guli tendría que abandonar la choza. Y así fue, uno de esos días en los que no quise ir a la escuela, mi madre me dijo que ya era hora, que pensara dónde lo llevaría. Me di cuenta por su posición de brazos cruzados y cara seria que ya no me iba a dejar más tiempo para fingir que pensaba. Por suerte se me ocurrió una brillante idea, que podría servir. Después del colegio, me fui a ver a Kungüé, la bruja de Tulke y le rogué que me ayudara. Como siempre pensó en la mejor idea: convertirlo en un oso real e inmortal, asi los cazadores no lo podrían matar y lo podría visitar las veces que quisiera, sin preocuparme de lo que pasara. Le llevé a Guli. Ella lo encerró en una habitación terrorífica, oscura y húmeda. Me quede afuera esperando, estaba viendo el cielo, las nubes, cuando vi unas luces provenientes de esa habitación. Luego de unos minutos salió el gran oso y detrás Kungüé con una sonrisa de oreja a oreja por lo que comprendí que le había salido bien.
Llevé a Guli a la selva y le prometí que siempre lo visitaría y le daría granos de maíz. Y así fue, mi madre comenzó a vender esos ‘‘originales’’ productos de madera y así ganamos unos cuantos granos de maíz más. Nuestra choza se fue haciendo cada año más grande y la huerta también gracias a todas las plantas de maíz que teníamos. Mis ropas fueron cambiando hasta tener una de piel de tigre, y la puerta de la choza también. Tuvimos una hermosa ducha (de madera) y una cama de verdad. Todos los días, después del instituto, visitaba a Guli, mi amigo, y le llevaba un gran cuenco con cereales de maíz. Fue un gran amigo, hasta que un día, la aldea se tuvo que mudar de lugar, hacia otra selva ya que Kungüé anunciaba la fuerte erupción del volcán que dominaba la zona. Siempre llevé y llevaré su recuerdo en mi mente y en mi corazón.

Seudónimo: Martina Martinez

EL LIBRO DE SUS SUEÑOS (A)

Érase una vez una niña, llamada Manuela, que tenía trece años. Vivía con sus padres en una humilde casa. Ella no podía ir a la escuela debido a que tenía que trabajar para ayudar a su familia. Su sueño era aprender a leer, para pasar su tiempo viviendo maravillosas aventuras entre página y página.
En muchas oportunidades caminaba con sus ropas deshilachadas mirando las vidrieras de diferentes librerías, y deseaba tener entre sus manos esos libros de colores mas que nada en el mundo.
Se sentaba en la puerta de las bibliotecas municipales, esperando que alguien de corazón bondadoso pudiera entender lo que le estaba pasando a la pobre Manuela, sin embargo, todo era inútil.
Hacía muchas cosas para poder conseguir un libro y poder aprender a leer, pero nada servía, porque nunca le alcanzaba el dinero para comprar ni uno.
Un día, estaba caminando como siempre, rumbo a ver las vidrieras con estantes repletos de libros. Decidió acortar camino por el bosque, admirando la belleza de los árboles, cuando tropezó sin darse cuenta, miró hacia abajo para ver cual fue la causa de su caída y descubrió un libro.
- “Pobre del que lo haya perdido, tendré que devolverlo por mucho que me cueste” pensó Manuela afligida. Lo tomó en sus manos con sumo cuidado y se dirigió a su casa. Una vez allí, lo abrió. Su sorpresa fue muy grande, ya que dentro de la primera página encontró un papel rosado. No sabía qué decía la nota, escrita con una letra perfecta. Sin pensarlo dos veces le preguntó a su madre. Ella lo leyó con mucha dificultad, ya que en todos sus años casi no pudo disfrutar de libros. Le hubiese gustado enseñarle a leer a su hija, pero su saber era muy escaso. La nota decía lo siguiente:
“Manuela, este libro es para ti, encontrarás la magia del saber, cumplirás tus sueños. Si no logras realizarlos, recuerda: nunca dejes de soñar, llegar a la meta es parte de ello. Aprenderás a interpretarlo sin ayuda, pues este libro es especial. Cuídalo mucho. Tu Ángel de la guarda.”
Se puso muy contenta. Pasaron los años, y gracias a él, comenzó a leer. Eso sí, cada vez que lo abría se encontraba con un cuento diferente, y así no debió comprar más libros.
Actualmente, Manuela es una famosa escritora. Se destaca de las demás por su creatividad y por su lenguaje claro y preciso.
Los deseos se hacen realidad, solo basta con soñar.

Seudonimo: Josefina Pac.

EL FIN DE LAS RAZAS (A)

Odrep era un niño de 13 años de la tribu de los guardianes de la montaña. El vivía con sus hermanos Leiqueez y Onaicul. Sus padres eran Eronoela y su esposo Ovastug, también vivía con su abuelo Solrac que era un viejo tonto y cascarrabias. Odrep era un niño muy inteligente y con pelo color negro y ojos color marrón, era alto y muy buena persona.
7 AÑOS DESPUÉS
En aquellos tiempos se desató una guerra sin fin, una guerra interminable por el recurso más deseado, el agua. Ya era edad de que el niño participara en el ejército y para hacerlo debía dirigirse hacia el Río Yum y, una vez allí, debía nadar 50Km. desde la costa. Pocos niños lograban llegar sin ningún tipo de problema, la mayoría llegaba a los 20/25Km con muchas dificultades y los mejores nadadores o los más aptos llegaban hasta los 50Km con muchos dolores, generalmente en las piernas y en los brazos.
Cuando llegó el día de la hazaña para Odrep, estaba preparado y bien entrenado para poder luchar en la guerra defendiendo su pueblo. Él llego a los 50 Km. sin problemas y pudo entrar al ejército. En el ejército se hizo varios amigos, uno de ellos fue Gralf, quien había entrado al ejército también. Su primera pelea junto con su amigo Gralf fue contra los pastores a orillas de la mansa Lalafke. En esa pelea salieron victoriosos pero con muchas bajas. Así siguieron luchando y permanecieron victoriosos.
En la lucha con los Husihuilkes perdieron los guardianes de la montaña y se rindieron ante ellos. Allí Odrep y Gralf fueron secuestrados por los Husihuilkes, donde ellos los maltrataban y no les daban nada más que carne de llamello. Luego de un tiempo de estar aislados y separados del resto de las personas, empezaron a volverse locos. Hablaban solos de cualquier tema que escucharan y hasta no querían comer. De tanta locura los Husihuilkes los dejaron libres y se los enviaron a los guardianes de las montañas, quienes pensaban que ya los habían matado. Luego de un tiempo se les pasó la locura y comenzaron de vuelta a luchar por su tierra.
Entre tantos líos que ocurrían en las tierras fértiles, los sabios de Beleram intentaban llegar a un pacto de paz y tranquilidad.
Pero la lucha entre todos los pueblos seguía y seguía y cada vez se unían más tribus a la disputa por el agua. Había pequeños períodos de paz pero tarde o temprano acababan porque una tribu se pasaba de la raya y tomaba más agua de la que le correspondía, otra tribu se irritaba y comenzaba una batalla que luego se hacía guerra.
Mientras tanto Odrep y Gralf luchaban por el agua que necesitaban para poder vivir. Fue en una de esas luchas cuando murió Gralf, estaban luchando contra los lulus e iban perdiendo. De repente, Gralf se dio cuenta de tanta barbaridad y se quedó inmóvil y duro. Mientras que por atrás llegaban refuerzos por adelante lanzaban flechas que uno a uno mataban a cada uno de del pueblo; Wano caía en manos de su amigo Gremdel que a la vez también lo mataban y una de esas malditas flechas cayó en Gralf. Él siguió luchando hasta el fin, luchó y luchó hasta que la última flecha, la flecha de la muerte, llegó a destino, impactó en el pecho de Gralf como una piedra que cae sobre un indefenso animal que sin poder hacer nada muere devastado por la locura de esta injusta guerra. Odrep al ver a su amigo muerto, se llenó de ira y mató a todo ser que se le cruzó en el camino, tenía tanto enojo que él solo acabó esa batalla. Él terminó de matar a todos, él fue el que logró una victoria más.
Luego de la batalla, se dirigió directamente Beleram a la Casa de las Estrellas. Habló con los sabios y el él decía tener la cura para esta guerra, él sabía lo que debía hacer. Sin embargo siguió matando a quien lo contradiciera (contradijera) hasta que llegó al mar. Allí se encontró con un hermoso atardecer y él recordó los momentos había pasado con su amigo Gralf y de las veces que había visto con sus hermanos el atardecer y comenzó a (a preguntarse si habría) otra civilización del otro lado del mar ¿Que ocurriría?
Entonces empezó a nadar por el mar hasta llegar al otro continente donde se encontró con Humanos, una raza diferente que habitaba del otro lado del mar. Y les contó a lo Humanos el gravísimo problema que ocurría en las tierras fértiles. Como el tenía la solución se la comunicó a los Humanos y ellos pensaron en ayudar a aquel continente que estaba en guerra. Por lo tanto, emprendieron viaje hacia las tierras fértiles y hablaron con las distintas tribus y le comunicaron la respuesta a este problema tan grave. Todos aquellos representantes de cada pueblo aceptaron una tregua que de hecho no duró mucho. Al cabo de un tiempo, volvieron todos a la guerra total, es más, se unieron a la guerra los Humanos del otro continente. Era pura muerte y destrucción lo que se veía en las tierras fértiles, no quedaba una sola esperanza de que hubiera paz en estas tierras
Las muertes cada vez eran más, los hombres morían en la guerra y las mujeres ya no querían tener hijos por la tristeza. A pesar de que esta guerra infinita les causaba temor y odio a cada uno de los pobladores de las tierras fértiles.
Así fue que poco a poco los pueblos se fueron extinguiendo y al final no quedó ni una sola persona que pudiera disfrutar el agua. Los manantiales de agua se habían ensuciado y contaminado con tantos años de guerra y violencia. Así fue el fin de la vida en las tierras fértiles.

Seudónimo: Locura Mecánica.

LA AVENTURA DE INDOKA (A)

-¡Aldea querida! ¡Soy Yo! ¿No me reconocen?. Yo soy Logmara, la única persona a la que Indoka contó su historia verdadera- dijo Logmara, llegando de la aldea vecina al fogón de las historias, que se realizaba una vez al año en una aldea llamada Vuelo del Halcón (donde Indoka vivía). Cuando reaccionaron todos empezaron a saludarla.
Una vez terminado el saludo, todos se sentaron alrededor del fuego; sobre troncos (en cada tronco iba una familia), cubiertos con mantas de lana hechas por las mujeres de las aldeas vecinas.
-¡Contá la historia Logmara!, por favor- dijo Triqueirén, la niña más pequeña de las personas presentes.
-Está bien…- respondió Logmara. Respiró, y siguió hablando:- Todo comenzó cuando llegó Fure, el representante del sur de las Tierras Fértiles, a comunicarnos que el norte de las Tierras Antiguas nos había declarado la guerra y un representante de cada familia (hombre o mujer) debía ir a la guerra. La única mujer que se ofreció fue Indoka, el resto eran hombres.
Llegado el momento de partir todos hicieron el gesto de la suerte (fruncían la cara y se agachaban) a los guerreros. A Indoka le hicieron el gesto de la buena fortuna (que consistía en entregarle un pan al receptor). Porque para ellas la suerte y la buena fortuna no era lo mismo.
Un tiempo depuse, comenzaron la marcha rumbo al río Ductrén, que separaba y dividía las tierras, por el que se producía la guerra, ya que los tierrantiguas se lo querían adueñar. Cinco soles después llegaron al lugar donde se iba a desencadenar la guerra. Dos soles más tarde, los contrincantes y comenzó al guerra.
Con la llegada de estos últimos, la mayoría de los guerreros tierrafertileños se suicidaron, porque ellos iban armados con flechas y los tierrantiguas venían con armas, pistolas y cañones. Sólo Indoka y algunos pocos no realizaron esa acción.
Los de las Tierras Antiguas al ver una mujer enfrente del ejército se empezaron a reír, y los tierrafertileños aprovecharon para avanzar y comenzar con la guerra. Luego del primer ataque, los tierrantiguas eran menos, pero también los tierrafertileños. Indoka seguía viva.
El segundo día, segundo ataque, murieron todos, menos Indoka y Morras, el representante del ejército de las tierras antiguas.
Después de tanto pelear Indoka venció a Morras y luego la vencedora agarró las armas de cada guerrero confrontante.
Cuando llegó de regreso al Vuelo del Halcón, todos la recibieron con orgullo y le preguntaron de donde había sacado esos elementos muy raros. Ella les respondió que eran de los tierrantiguas.
Más tarde, después de saludar a todos sus amigos y conocidos, repartió un arma a cada familia.
Fin- dijo Logmara.
Triqueirén fue la primera en opinar:-“Indoka es mi heroína, porque si no fuera por ella, ninguno de nosotros estaría acá”.

Seudónimo: Texas

CANDULA Y EL ORIGEN DEL NOMBRE (A)

Les voy a contar, una historia de una anciana que fue muy especial para nosotros, el pueblo “Azul Del Cielo.”
Su nombre era Candula, era madre de Sonia y abuela de Wilén, Tamara y Matías. Sus hermanas eran Magula y Camula. Era la que mas temporadas de lluvia había vivido de su familia, y del pueblo. Ella fue una de las fundadoras del pueblo “Azul del Cielo”, mejor dicho, ella nos dio un nombre.
Todo sucedió un día, un día lejano, no recuerdo cuánto tiempo pasó exactamente, pero fue hace mucho. Candula estaba caminando con los otros fundadores del pueblo, pensando en algún nombre para darle. Entonces, mientras pensaba, se le ocurrió plantar algunas flores. Ella descubrió una semilla muy extraña y decidió plantarla en un lugar especial, justo el día anterior a que comenzara la primavera. Al otro día, Candula despertó y salió a regar las flores. Entonces, se dio cuenta de que la flor había crecido muy alto, se decía casi hasta el cielo, y era color azul. Llamó a todos los integrantes muy pocos aún, del pueblo todavía sin nombre. Todos se sorprendieron muchísimo. A Candula se le ocurrió una idea :
- ¡Ya sé que nombre podemos ponerle a nuestro pueblo! Azul del Cielo, porque la flor es un color muy azulado, ya demás es tan alta, que parece que llegará al cielo. -, dijo.
Todos estuvieron de acuerdo. Entonces, organizaron una fiesta, celebrando el día de la primavera y que ya tenían nombre.
Candula extrajo una flor, de las tantas que había florecido la planta y la guardó en una caja especial.
Ella estudió y descubrió que tenía una sustancia que era capaz de curar a personas muy enfermas. Con el tiempo, Candula también descubrió que, a la sustancia que tenía la flor, si se la mezclaba con otras cosas y lo tomaban, les hacía recordar historias de sus antepasados, para que las contaran a los demás. Esa era otra de las costumbres de “Azul del Cielo “.
Al amanecer del otro día, Candula se levantó, como todos los días, y se fue a regar las plantas. Se sorprendió al ver que no estaba. Al principio pensó que alguien la había robado, pero no encontró la tierra revuelta, ni parecía que la hubieran arrancado, entonces trató de pensar en otra cosa.
Estuvo todo un año pensando en que había pasado. El día de la primavera, al año siguiente, la flor volvió a aparecer. Así, Candula descubrió que la flor tan importante, sólo florecía el día de la primavera. Por esta razón, esta flor era tan especial. Los habitantes de “Azul del Cielo” decidieron que cada año se elegiría a alguien para que la regara.
Así, Candula, se convirtió en una de las personas más importantes del pueblo.


Seudónimo: Frambu

AMOR DE DOS JÓVENES (A)

Érase una vez, una niña, llamada Can-Candé, ella caminaba todas las tardes con su madre Isaa. Vivían en la aldea Kapusottikay, cerca de un hermoso bosque llamado Ihcor. Can-Candé, era la niña más hermosa del pueblo. Sólo había vivido 8 temporadas de lluvia.
Mientras caminaban madre e hija siempre hablaban. Hablaban y hablaban. Se la pasaban hablando. Ése día Can-Candé le preguntó a su madre – Mami, ¿Qué sentís cuando estas enamorada?-
- Sentís como un cosquilleo, como si todo diera vueltas a tu alrededor, como… mariposas en la pancita, es magia el amor.- respondió su madre - ¿Por qué, mi amor? ¿Estás enamorada? ¿No sos un poco chica?-.
-Emm… no se si estoy enamorada, yo supongo que el bichito del amor ya me va a llegar, como te llegó a vos cuándo eras más joven- dijo Can-Cande, en voz más bajita que antes.
Pasaron 9 años, Can-Candé ya tenía 17 años y su próximo cumpleaños se aproximaba. A los 18, Can-Candé, como toda mujer Kapusottikay, se tenía que desposar. Así, ya las niñas pasaban a ser adultas y a poder trabajar en diferentes tareas, además de ayudar a los guerreros de la aldea con sus necesidades.
Can-Candé buscaba un pretendiente. Así fueron llegando muchos, pero el bichito del amor en el que ella creía desde chica, no llegaba.
Un día caminando por el bosque Ihcor, vio a un joven sentado en una roca. El joven tocaba su lira, un hermoso instrumento que sólo pocos sabían hacerlo sonar.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó Can-Candé.
- Maudé - respondió el joven.
- Yo me llamo Can-Candé –
- Que hermoso nombre. Bueno Can-Candé, me tengo que despedir… pero mañana nos encontramos aquí a esta misma hora, ¿Dale?-
- Por supuesto- respondió la joven con muchísimo entusiasmo- Aquí estaré, no te fallaré-. Y diciendo esto los dos se despidieron.
Can-Candé caminó hasta su casa. Allí la esperaba su madre con la cena ya lista.
El padre de la joven había muerto hacía 10 años luchando en la guerra.
Can-Candé le contó a su madre lo que había sucedido, Isaa se alegró mucho por su hija. La joven sintió que el bichito del amor la había picado.
Al otro día, Can-Candé y Maudé se encontraron. La joven estaba muy nerviosa. Se sentó en una roca a peinar su larga y morocha cabellera. En eso se sintió una voz que decía:
- Viniste- dijo el joven.
- Claro que vine, no te iba a fallar- respondió la hermosa joven.
- Bueno, entonces hay que organizar más salidas- dijo Maudé.
- Bueno, ¿Tú vives aquí?- preguntó Can-Candé
- Sí, vivo aquí hace mucho, qué raro que nunca te vi – respondió Maudé.
- Es cierto, nunca te había visto-.
- ¿Tienes tu familia aquí?- dijo el joven.
- Sí, mi madre es la mejor tejedora del pueblo- dijo ella muy suelta- y mi padre es el mejor guerrero del pueblo, ahora está en su entrenamiento- dijo ya con un poco más de vergüenza por la gran mentira que estaba diciendo.
- ¿Tú no tienes ya edad de desposarte?- preguntó el joven.
- Sí, pero ningún pretendiente ha llegado-
- ¿Y… yo?- preguntó con soltura.
- Emm… no sé, ¿no te parece un poco pronto?- dijo la joven, esperando un no como respuesta, para poder casarse con él lo antes posible.
- No lo creo así, pero si tu piensas eso, no tengo más remedio que irme… pero si piensas lo contrario… ¿Quieres casarte conmigo?- dijo el mientras se ponía de rodillas.
- Sí- eso fue lo último que se escuchó, luego un largo beso de amor.
Y diciendo esto se pusieron a planear la boda. Querían algo muy simple, solo para la familia y amigos. Lo que Can-Candé, temía era que cuando ella le dijese la verdad sobre su padre, él se enojaría mucho. Isaa, se enteró de la mentira y le aconsejó que le dijera la verdad lo antes posible, que si la amaba la iba a entender.
Can-Candé corrió hasta donde estaba su prometido.
-Mi amor, tengo que decirte algo importante- dijo la joven muy agitada.
- ¿Qué es tan importante?- dijo el chico sin entender nada.
- Emm… yo no tengo padre, sólo fue una mentira- dijo Can-Candé esperando un enojo.
- Ya lo sabía, me lo contó tu madre Isaa- dijo el chico muy relajado- ¿Tú creías que iba a durar mucho?-
- Es que, no sé, desde el principio que te lo tuve que haber dicho, ahora ya está, voy a cancelar la boda- dijo ella con mucha decepción de sí misma.
- ¿Cancelar la boda? ¿Quién dijo eso? –
- ¿Ah, no?- se le llenaron los ojos de lágrimas- ¿Nos casamos?-
-Obvio que sí- dijo él con una sonrisa de oreja a oreja.
La boda, fue a orillas del río Semas muy cerca del bosque Ihcor.
Tuvieron dos hijas, Nicasa y Gali y un hijo, Dalí. Ellas buenas tejedoras y el buen guerrero y músico.

Seudónimo: Brookling

Pequeña égloga del hombre y la muerte (poema de estilo clásico ) (C) (Muerte)

Estaba el hombre sentado en su lecho
mirando hacia la nada blanca de la pared.
Sus piernas cruzadas estaban,
y su mente, rindiéndose a merced
de un destino rudo, siempre al acecho.
Vidas que por él cruelmente pasaban;
por él vivían, y de él comían
el plato amargo de la desilusión.
(Sin contar la ocasión
donde la felicidad se sobreponía).
Eran simple y llanamente vidas
con sus venturas y desventuras;
que tenían que ser vividas
sean éstas cómodas o duras

HABLA EL HOMBRE
Desdichado sea el día
en el que vine a este mundo fiero.
Más maldito el día de mi concepción.
¡Pero no deseo morir! Tan sólo quiero
que no se me pase tan rápido la vida.
Aunque algún día, con resignación,
Deberé irme de aquí.
Suplicando no gano nada,
tal vez una cachetada
comprobando que no hay nadie por allí.
Es una réplica sin fin
Estoy solo, pero acompañado
de mortales, que igual que a mí,
nos ponen en un impredecible juego obstinado.

Yo remito a un sujeto tácito, pero,
¿quién es ese sujeto?
¿Qué mano hay detrás de todo?
Dolorosamente reflexivo, me meto
en el profundo terreno del desespero.
No podrá ser de otro modo,
Sea como sea, bajo el impenetrable lodo
la realidad irreal funciona.
Sin embargo, muerte mandona,
¿no te contentás con ser poderosa,
que además debés demostrar tu poder
con nosotros, pobres mortales
que debemos pagar por tu deber?
Contestame, muerte laboriosa.

HABLA LA MUERTE
Callate, hombre, no sigas hablando.
Tu habla es tu perdición,
te lo dice una confidente
No hables a la sinrazón,
no acostumbres a ir rogando
a los ángeles prudentes.
¿Qué te sucede, mortal
que crees tener el derecho
de vagar por el mundo, deshecho,
culpándome de todo tu mal?
Ensuciando mi imagen gratuitamente,
cerrándote a la realidad
de que si yo no estuviera
menos existiera la gente

Yo soy la muerte, pero también la vida
Soy el silencio, pero también el ruido
Soy lo que permite que estés despierto,
y que estés dormido.
Mi buena reputación sea bienvenida
ya que no puede haber vivos sin muertos
Te preguntarás si es todo esto cierto
lo que me atrevo a decir, tan en mí confiada.
¿Quién puede ser más experimentada
en las cuestiones de nuestro universo?
Autoridad son mis versos
y llenos de ancestral sabiduría.
Pero, viendo que seguís disperso,
procedo a justificarlo con maestría

Pensá que la vida no tendría valor
si no fuera porque corta es
¿Quién valoraría algo que nunca acabara?
Nobles son las mentes en la vejez,
Que admiran a los años dorados con primor
¿Los admiraría si estos no terminaran?
Además, ¿quién te creés para matar?
Porque cuando vivís, estás matando,
ya que ocupás el lugar de alguien, conquistando
una empinada y azarosa pendiente.
Imaginá, sin hacia adentro mirar
si viveras eternamente.

¿No cometerías un cruel asesinato,
comiendo, bebiendo, durmiendo
en lugar de alguien más?
En el mundo no hay atuendos
para inmortales beatos (1)
Así que callate, no hables más.

(1) En este caso, se retoma el significado latino de Beatus, “feliz”
Seudónimo: Marrapodi

BELLA MAÑANA DE SÁBADO (C)

Bella mañana de sábado era aquella, la de un primero de junio del último año del siglo veinte, en la que doña Cata se levantaba, acompañada por el cantar de las avecillas. ¡Sí, era un nuevo día, otro día más en la vida de esta pobre jubilada! El milenio ya se estaba acabando, pero poco y nada le importaba esto a la vieja. Estaba sola, completamente sola en aquella casa que durante décadas había soportado todas las vicisitudes familiares. Sin embargo, desde la muerte de su marido, don Fernando Giprieto, unos años atrás, ni sus hijos ni sus nietos habían vuelto a visitarla. “¡Bah, qué justamente no es este día para amargarme!”, se dijo a sí misma doña Cata. Y a decir verdad, tenía razón.
Un primero de junio del año veintiséis de ese mismo siglo la señora Catalina había comenzado a existir, y ella no veía la razón por la cual no celebrarlo. No importaba que lo hiciera sola ni que nadie le cantara el cumpleaños, ¡sólo bastaba con que Fernando Bravo le mandara un saludito desde Radio Continental! Así que doña Cata se levantó de su cama, se calzó sus pantuflas y bajó las escaleras. Inmediatamente colocó la pava sobre el fuego de la hornalla, y seguidamente sintonizó la emisora.
Mientras el pancito se calentaba, doña Catalina comenzó a discar, como todas las mañanas, el número telefónico de la radio para dejar su mensajito. Debía hacerlo ni bien el reloj diera las nueve en punto, pues sería entonces cuando una multitud de señoras mayores “de anécdotas”, como decía Fernando, se abalanzarían sobre sus teléfonos para intentar escuchar la voz de su conductor favorito en el contestador automático de la radio. Se ve que se levantó con suerte, porque Cata logró que la atendieran al primer intento. O tal vez no era suerte: por ahí se debía a la agilidad que todavía tenían esos hábiles dedos de vieja costurera.
Una vez cumplido el objetivo, doña Cata subió el volumen de la radio para no perderse el saludito que le sería dedicado. Si bien la mañana estaba fresca, había amanecido completamente despejada, y la anciana se animó entonces a salir al jardín desde el cual, de todas formas, se podía seguir oyendo la radio. Fue entonces cuando por fin dijo buenos días su querido Fernando, y unas lágrimas amagaron a salir de los ojos de doña Cata como consecuencia de la emoción. Sin embargo, se contuvo y se dispuso a escuchar los saluditos especiales, sabiendo que en cualquier momento su nombre sería mencionado.
Casi doña Cata había logrado oír su voz preferida deseándole un feliz cumpleaños, cuando empezaron los gritos de esos vecinos insolentes. Y de hecho, gracias a las vociferaciones de esos inadaptados sociales que desde hacía un mes vivían al otro lado de la medianera, fue que Catalina se perdió de su saludito. Por todo discutían esos González. Para doña Cata, ellos constituían una pareja rarísima de seres insoportables, detestables y execrables que no le habían permitido escuchar el saludo de Fernando dedicado a ella. Más o menos, andaban por los treinta años, pero él, Julián González, era un poco más viejo que su esposa Rita. Y ambos pagarían por lo que le habían hecho, se dijo doña Cata.
De esta manera, la vieja Catalina, echando humo por las orejas, subió a zancadas a la planta de arriba para gritarle unas hermosas palabras a los González desde su balcón. En su apuro, casi se cayó en la escalera, pero finalmente consiguió llegar al segundo piso. Ya comenzaba a abrir la puerta de su pequeño balcón, que daba a la casa de los González, cuando volvió a escuchar los gritos, obviamente con la voz de Fernando Bravo como fondo, quien seguía transmitiendo. En esta oportunidad, Catalina aguzó el oído y se dio cuenta de que más que gritos esos sonidos eran alaridos, gemidos de dolor. Entonces cambió de idea. No se expondría a que la vieran en el balcón, de manera que corrió apenitas la cortina de la ventana más próxima, de forma que sus ojos pudieran ver lo que ocurría del otro lado de la medianera…
La escena de la que fueron testigos sus órganos oculares le resultó terrorífica a doña Catalina. Era bastante más de lo que su mente podía soportar, y como no estaba dispuesta a soñar todas las noches con un Julián González siendo asesinado por su esposa con un cuchillo, contando éste como única defensa con una pata de pollo y unos ravioles que tiraba a la cara de Rita desesperadamente, decidió cerrar la cortina y conformarse con escuchar. Entonces, los gritos se extinguieron, y la voz de Fernando Bravo volvió a ser lo único audible en el lugar. Doña Cata estaba nerviosa, nunca había imaginado que su joven y gritona vecina Rita fuera capaz de matar siquiera a una mosca. Intentando buscar alguna razón que explicase tamaña aberración, Catalina pensó: “Tal vez Julián se lo merecía. Total fue él con sus quejas el que no me dejo escuchar la radio”. Y entonces se acordó. ¡Sí!, ¿cómo podía haberse olvidado que Fernandito, los sábados, repetía dos veces los saluditos? Eso sí que no se lo pudo explicar, de manera que Doña Cata bajó al primer piso y subió el volumen.

Seudónimo: Honroso Ricardo

viernes, 30 de octubre de 2009

UN NUEVO PRESENTE (C)

La niña del vestido blanco andaba graciosamente por el dorado jardín. Buscaba cansinamente una florcita azul entre los verdes matorrales, bien crecidos gracias a la importante humedad de la zona. Daba continuamente pequeños respingos, salía de un arbusto, se erguía y se zambullía en otro. Sin embargo, dicha flor no aparecía.
Pensó la niña en correr hacia su madre, para que ésta la asistiera en su empresa. Pero inmediatamente abdicó, recordando que hacía tiempo que su madre no aparecía por ningún lado. Los responsables adultos que la cuidaban le habían dicho que se había ido a un país lejano y extraño, y que volvería en unos meses repleta de las más variadas y exquisitas golosinas para ella.
Podría haber reclamado la atención de uno de estos hombres, sí. Pero la niña sólo confiaba en su madre. Por ende, desde que se había ido pasaba sus días en el jardín, observando cómo la naturaleza nacía, crecía, se movía y se moría delante de sus ojos; sin hablarle a estos niñeros ni pretender ningún tipo de relación de cariño con ellos.
Enojada y sintiéndose impotente, la niña estuvo varios días sin desear hacer nada. Sin embargo, la idea de la flor azul persistía en su mente, rebotando dentro de ella y tentándola a retomar la búsqueda. Finalmente, la tentación ganó.
Como daba por descartado que dicha flor se encontraba dentro de los límites del jardín, sin miramientos saltó la valla de madera y empezó a recorrer las angostas calles de tierra del vecindario. Era una mañana fría y húmeda de octubre; había llovido intensamente el día anterior y los caminos estaban repletos de charcos y lodo todavía fluido.
Las horas pasaban, y más jardines aledaños eran revisados por aquellos ojos curiosos de miel. Por un instante – seguramente menor a una décima de segundo – se preguntó si la estarían buscando. Como era de esperar, su inmaculado espíritu infantil la hizo despreocuparse, y olvidarse del tema.
Los cuerpos de agua comenzaban a dorarse por el sol que se ocultaba, y la niña se alejaba cada vez más de su casa. Sólo reclamaba una flor azul, al menos una, para saciar un profundo sentimiento nostálgico de tiempos pasados. Sin embargo, cruelmente la realidad le impedía hallarla.
Al mismo tiempo que la luz natural iba siendo reemplazada por el inexpresivo brillo del alumbrado público, el tránsito se hacía más pesado en la calle por donde caminaba. Asombrada, veía pasar a esos monstruos de ojos refulgentes y respiración de dragón como ligeras saetas, que cortaban y agitaban el aire, confundiéndola. Indestructibles gigantes se erguían a lo lejos, rodeados de bruma y adornados con luces en todo su cuerpo.
Comenzó a recorrer intrépidamente las calles de aquel mundo que apenas conocía, yendo de un lado para el otro de forma aleatoria. Finalmente llegó a una parte donde no había monstruos de ojos de fuego. Sintiéndose más segura, decidió quedarse por allí.
Una marea de gente fluía en ambas direcciones de la senda peatonal, sistemáticamente. El ambiente estaba profundamente contaminado por el ruido, y por un aire malo que hacía toser a la niña. Ese lugar era realmente incómodo, no se veía planta alguna por ningún lado (salvo por árboles penosamente estacados y colocados sobre el concreto), por lo que razonó que estando allí no llegaría a ninguna parte.
Buscó la salida, algún camino corto que la condujera fuera de ese pequeño infierno. Sin embargo, sus pasos le habían conducido tan lejos que ya era incapaz de volver por sí misma. Asustada, quiso llorar, clamando su atención a la gente, pero estaba demasiado cansada como para elevar su voz, por lo que se limitó a que se le escapara una lágrima.
Podría haber pedido la ayuda de alguien, para regresar a su casa o al menos ir a algún lugar en donde pudiese seguir buscando su objetivo, pero su timidez la vencía. En cambio, se limitó a sentarse en un asiento público a esperar que todo se resolviese por sí solo: ella era muy pequeña, los adultos se encargaban de solucionar las cosas complicadas.
No obstante, no pasaba nada. De tanto esperar y de tanto estar inmóvil, la niña se quedó dormida, en un sueño profundo en donde tenía a su lado miles de flores azules; un sueño donde se encontraba en los brazos de su mamá, que dulcemente le cantaba canciones de cuna y la arropaba con una ligera manta. A partir de entonces, debido a una profunda intuición, o tal vez un razonamiento subconsciente, supo al despertarse que su madre nunca volvería. Aunque dicha realidad era difícil de procesar, la tenía extraña y naturalmente asimilada, como quien se acostumbra de pequeño a vivir en la calle.
Como ya se mencionó, niña se sentía y estaba cansada, y con esfuerzo se levantó del firme asiento. Le llamó la atención la ausencia de gente, ya que la calle peatonal estaba casi completamente vacía y desolada, en contraste con horas (seguramente fueron horas) atrás. “Será el momento de jugar a las escondidas”, pensó.
Se había olvidado de que la razón de su despertar era la mano del hombre que se encontraba a su lado, que delicadamente se había posado sobre su hombro. Dicho hombre llevaba, además de una llamativa prenda naranja, una expresión extraña, fronteriza entre la preocupación y la sorpresa.
Se fue la niña caminando lentamente de la mano de aquel hombre colorido, que – estaba segura de ello – la llevaría a su casa. Vio en su mirada una expresión rígida y inmutable que le recordaba a su padre, en quien no pensaba desde hace mucho, principalmente por la necesidad de olvidarlo.
Ambos se metieron en lo que ella creía que era el estómago de una bestia, e hicieron el recorrido inverso al que ella había hecho a pie para llegar hasta allí. A mitad de camino, pararon en una comisaría, en donde el policía reportaría el hallazgo. Al rasgarse el cuerpo del monstruo (o abrirse la puerta izquierda, es lo mismo), los ojos de la niña pudieron encontrar a lo lejos al codiciado tesoro: iluminada por el farol de la entrada de la construcción, pequeña pero llamativa, se hallaba una flor de lino azul.
Corrió inmediatamente hacia ella, tropezándose continuamente. Se sentó en el césped, y con un placer semejante al que experimenta un sediento beduino al vaciar una tinaja con agua, la arrancó y se la llevó bajo la nariz.
Sentada sobre su antiguo bastón, la anciana recordaba el momento en el que había conocido a su querido esposo. Volvía a vivir la hermosa experiencia de verlo frente a ella, vestido de forma elegante y con una florcita azul en la mano. Un recuerdo que ya se perdía entre los tantos olvidos de aquel nuevo presente.

Seudónimo: Heydar Aliyev

MALDITA PERFECCIÓN (B)

Cuando era chica siempre me gustó bailar. Me encantaba moverme al ritmo de la música –de cualquier tipo- mientras me divertía y me reía. Por esos días, era solo un pasatiempo. A lo largo de los años se convirtió en algo más que solo un pasatiempo.
Estoy caminando por las calles, hace mucho tiempo que no volvía a casa. Había tenido un sueño muy raro, donde una mujer esquelética me hablaba. Ella solo me susurraba: -¿Vas a abandonar todos tus sueños? ¿Todo lo que lograste? Ser princesa no es fácil. Lo que ahora parece un sacrificio, va a ser el mayor logro de tu vida. La perfección está cerca, solo depende de vos. No me abandones. Nunca serás perfecta si lo haces.
Esas palabras revolotearon mi mente toda la mañana. Sabía a que se refería. Sabía quien era esa mujer. Ella tenía razón. Cada día estaba más cerca de la perfección, tenía que perseverar.
Suena el teléfono. –Mamá…- antes de que pudiera terminar de hablar, ella empezó a gritar. –¿Dónde estás? ¿Qué estas haciendo?- Ella siempre tan sobreprotectora. –Estoy bien. No me pasa nada. No entiendo por qué te preocupás tanto. - Desde que saliste del hospital, es necesario vigilarte. No le tengo fe a los doctores, y menos a vos.
-Mirá, no importa, estoy bien, OK? Chau.
Era complicado hablar con mi madre. Ella y su sobreprotección interfieren TODO EL TIEMPO. Ella solo quiere lo mejor para mí… Pero ella no sabe que es lo mejor para mí.
Llegué al estudio, cansada como siempre. Para colmo, tenía que soportar al coreógrafo y su mal humor de todos lo martes. El ‘ensayo’ (si así se le puede llamar a una hora y media de pliè y rèleve) se pasó muy lento. A veces me cansaba tanto él, pero era el jefe, él mandaba.
La gente me dice que me tomo muy a pecho mi ‘trabajo’, pero es que AMO lo que hago. Y en lo que hago, hay que ser princesa. Solo hay bailarinas hermosas y perfectas.
Llegué a mi casa, mi mamá me esperaba. -¿Qué pasa ahora…?
-Encontré todo el desayuno y el almuerzo en la basura. ¿Creés que no me iba a dar cuenta que volviste a hacerlo? –Estaba enojada- Me cansé de todo, te vas!
-¡No te alteres! ¿No entendés que soy bailarina clásica? ¡Es por trabajo!
-Estas enferma psicológicamente. No sé para qué te eduqué si al final sos como cualquiera de esas tontas superficiales. ¡Pensé que ya no tenías esos problemas!
-Sos la menos indicada para hablar de esto,¡y lo sabés!
-Cuándo tenía tu edad, no tenía a nadie que me diga que estaba enferma. Desde los 7 años te digo que no te tomes todo tan a pecho. Además, no entiendo, ¿Por qué volviste a la misma historia, al mismo círculo vicioso?
-1ro: no estoy enferma, es mi manera de vida. 2do: Y no es un círculo vicioso.
-Me cansé de vos. Te amo pero no lo puedo soportar. Por favor, andate
Me fui hacia la casa de mi papá. Siempre que discutía con mi madre iba allí. – ¿Pá?
-Pasa Agus, ¿que pasó? ¿Otra vez discutiste con Bianca?
-Ella y sus locuras. Pasame un cigarrillo.
Mi padre era uno de los peores padres del mundo, según todas esas revistas tontas para padres. Para mi era el mejor.
-Vos sabés que mientras vos estés feliz, yo lo estoy. Pero la vida no se trata de solo danza, cigarrillos y no comer, ¿Sabías?
-Si me estás queriendo decir que me consiga un novio o una amiga, lo siento, pero es imposible. Estoy demasiado loca para la gente normal. Y no voy a dejar de fumar, es la única forma para ocultar el hambre.
-Lo de fumar es otro tema, vos ya sos mayor, tenés que tomar tus propias decisiones. Y no creo que estés loca, solo no te abrís a los demás.
-Como sea, me voy a dormir. Buenas Noches.
Al otro día me levanté, y todo siguió normal. Y al otro, y al otro. Siempre peleando con mi madre, que continuamente me llamaba enferma. Y con mi padre, que es el único que me acepta como soy. Cada vez comía menos, se sentía genial volver a como era antes, la perfección se acercaba. Cada día la balanza marcaba un número menos, y tan solo eso me daba fuerzas para seguir. Aunque el espejo no me devolvía la imagen que yo quería, estoy segura que pronto podré verme y sonreir. Mi vida continuó rutinariamente hasta el 11 de octubre.
Era como cualquier día normal, me levanté. Ese día me sentía un poco mal. Veía todo negro. Comí. Poco pero lo hice. Probablemente me arrepintiera. Pero prefiero que la culpa me torture a desmayarme y que mi madre me interne de nuevo.
El ensayo como siempre. Estábamos practicando unos jetés, nada nuevo. Lo único que me acuerdo es que salté, caí y sentí el frío piso bajo mi piel.
Estaba en el hospital. Mi madre me miraba preocupada. Ya sabía lo que venía.
-Sos una estúpida! Te dije que no hicieras nada, te podrías haber muerto! Ya es la segunda vez que pasa!
-Estoy bien, mamá, estoy bien.
-¿Es lo único que sabes decir?
Entró el doctor y le dijo a mi madre que mantuviera la calma. Mi madre solo dijo:
-Ahora, la interno acá, y hasta que no vuelva como una persona normal NO SE VA DE AQUÍ. No importa cuánto tenga que pagar.
Mi madre dijo eso y se marchó. No sé qué iba a hacer.
Me pasaba los días en el hospital. Noelia es mi compañera de habitación. Ella no entendía como es que me negaba a comer. Ella era muy madura para su edad. Tenía apenas 12 años, pero se comportaba como una adulta. Me dijo que sufría de Progeria, una enfermedad de envejecimiento prematuro, y que en cualquier momento se podía morir, y que por eso aprovechaba cada día de su vida. Me dijo que era muy estúpida al querer ser perfecta, porque la perfección no existe. Que solo disfrute de la vida, que me estaba destruyendo. Bah. Qué sabe ella.
Obviamente, me seguí negando a comer, o si como, lo vomito. Nada cambió. Todos los días trato de escapar. Ayer fue un día de esos, y obviamente fallo.
Pero hoy, 20 de octubre, fue diferente. Decidí vestirme y salir por la puerta principal. Cuando crucé aquella puerta corrediza sentí la libertad. Me sentí…feliz, supongo. Pero la libertad no siempre es buena. No lo era. Y luego de la felicidad, vino la tristeza. Se me cruzaron las palabras de Noelia. Ella tenía razón. A los dos segundos, estaba en el piso. No podía respirar. Maldita libertad. En ese momento entedí que todo lo que pensaba que era perfecto me estaba destruyendo. Maldita perfección. Pero fue demasiado tarde.
Lo único que sabía es que estaba de nuevo en la habitación, y me estaban haciendo miles de cosas que no entendía. Mi madre lloraba. Mi padre también. De repente, fui perdiendo el conocimiento.
La vida te enseña muchas cosas, de cada error que se comete algo se aprende. Lamentablemente, yo aprendí de todos mis errores tarde. Perdí mis sueños, mis padres, mi pasión. Perdí mi vida.
Luego, cerré los ojos, y me sumí a un sueño profundo. Uno del cual nunca me iba a despertar.

Seudónimo: Jennifer Wilson

JAVIER (C)

La cabeza sobre el escritorio situado frente a la ventana que daba al mar. Una taza de café ya fría y a medio tomar a su lado. Así lo encontré, así lo encontré a Javier.
Él ya sabía que se le iba a terminar, no era ningún tonto; sabía descifrar cualquier indicio que la vida le presentaba frente a sus pupilas. Yo siempre dije que éstas adquirieron su expresión tan particular durante años y años agobiándose por el intenso brillo de la luz en los relojes.
Sí, Javier era relojero, pero no era uno cualquiera. Tenía un proyecto. Él soñó toda su vida con crear un reloj de sentimientos. Así, uno podría hacer que un mal día terminase en un abrir y cerrar de ojos y que uno bueno nunca llegase a su fin. También se podría parar el tiempo, pasarlo en cámara lenta e incluso se podría volver atrás; pero con una condición: no cambiar absolutamente nada. Su fin era totalmente melancólico y noble: revivir hermosos momentos. Así fue como mi antiguo compañero de juegos dedicó sus años a crear este reloj.
En un principio se lo notaba apasionado, revitalizado, lleno de vida como nunca antes, con ganas de saltar en charcos y tararear la cumparsita. Sin embargo, esa llama se empezó a desvanecer poco a poco, al igual que el brillo en su mirada, pues su proyecto no llegaba a ningún resultado alentador. Pero él nunca se dio por vencido; era un soñador y, como buen soñador había aprendido a no dejar morir la esperanza. Pasó décadas y décadas armando y desarmando minuciosamente su reloj, tratando de hacerlo andar; como era de esperarse, se obsesionó. No hacía otra cosa que no fuera trabajar en su reloj y darse siempre contra la misma pared.
Hace seis meses, le diagnosticaron metástasis: cáncer por todo el cuerpo, un cáncer bien adentro. Lo fui a visitar al hospital y ahí fue cuando lo vi, su mirada había cambiado. Estaba totalmente apagada. Ahí fue cuando me di cuenta.
Me senté a su lado y él, con cierto esfuerzo, colocó el reloj en el que tanto había trabajado en mi mano, me miró y me dijo:
- No funciona y nunca funcionará. Invertí toda mi vida en él sólo para darme cuenta de que los buenos momentos son el condimento de la vida, el condimento que nos ayuda a digerir los malos; pero son sólo eso, momentos. No podemos perdernos tratando de revivirlos, porque es imposible; hay que aprender a disfrutar de los nuevos que se nos hacen presentes en el día a día. No cometas el mismo error que yo.
Tomé el reloj y cerré el puño bien fuerte, me despedí, y cuando estaba por cruzar la puerta lo oí:
- ¿Qué loco no?, tantos relojes y siento que las horas no pasan, tantos relojes y se me está acabando el tiempo.
No volteé a mirar y me fui de allí.
El médico le había diagnosticado que el cáncer era terminal y unos días después, en el hospital fueron tan bondadosos y corteses que lo dejaron irse a morir a su casa frente al mar.
Un domingo, el reloj que él me había obsequiado (que marcaba la hora atrasada y no había manera de arreglarlo, no al menos para mí) se paró, dejó de funcionar. Fui entonces a visitarlo y ahí lo encontré: con la cabeza sobre el escritorio situado frente a la ventana que daba al mar. Una taza de café ya fría y a medio tomar a su lado. Así lo encontré, así lo encontré a Javier.
El reloj ahora descansa en lo hondo del océano, fuente de asombro y fascinación de mi antiguo compañero de juegos. El reloj ahora descansa en lo hondo del océano, donde no reinan ni el cáncer, ni el dolor, ni el tiempo.

Seudónimo : Sueños de un hombre despierto.

TIEMPO (C)

Ya era hora. El tiempo pasaba lentamente. Nervioso me acomodé las ropas y tiré el chicle.
Estaba a media cuadra. Aún no cambiaba el semáforo.
La baldosa estaba húmeda. El sol rajaba la tierra. La vecina baldeaba la vereda. La escoba iba y venia. El agua, como un esclavo de la voluntad arbitraria de la mujer, también, aunque con la reticencia a ser manipulada propia de los líquidos que escapan por todos los huecos posibles.
Un tango, depresivo, sonaba desde lejos.
El viento lo arrastraba, como a tantas cosas. Como al agua, que iba y venía. Y el polvo.
A la lejanía, una ambulancia. Un zumbido se hacía eco en mis oídos hacía ya buen tiempo.
Con apuro, me ajusto los cordones.
El crujir de la grava ya se oía. La luz había cambiado, en una de esos caprichos de la vida. Mi transporte estaba cerca. Yo también.
Cada vez más cerca. El bufar del motor se escuchaba, como un gato que no se encuentra del todo a gusto por alguna razón incomprensible.
El viento ronroneaba al compás del barullo de la gente y el cepillar de la escoba.
Más cerca. Más.
El chirriar de los frenos me despierta. Reacciono. En un arrebato cósmico extiendo mi brazo. El chirriar se hace cada vez más intenso. Dudo. Temo. Un nudo se forma en mi garganta.
Por fin, en un tiempo que parece eterno, tomo una resolución. Se detiene y subo la escalerilla.
Era hora. Un reloj suena, recordándomelo, trago con dificultad indecible. Los explosivos que llevo en el pecho como un chaleco se llevan al colectivo a ningún lado.
Viento. El viento atrae a las ambulancias.

Seudónimo: Casas

OTROS CIELOS (C)

No es mi costumbre escribir cartas, vos lo sabés muy bien, me resulta absurdo hablarte tan de lejos, y ni siquiera saber si llegarás a escucharme. Pero hoy te separan de mí tal vez más que unos cuantos metros, el cielo de marzo carga ese color liviano que tanto te gustaba, esta vez por ahí otra cosa, como un dibujo tosco que se parece a tu cara, a aquel bote del que se desprendían atisbos de luz azul, justo a esta hora. No sé si justo en realidad, no supe cómo mirar el reloj porque tu figura se veía clara como una ola cortita. Cuánto tiempo habrás pasado allá, del otro lado de este mar que nos separa, los días siempre fueron para mí tu café caliente y adiós. Qué tenías ahí que me hacía extrañarte, nunca supe decirte bien que las noches eran para mí como las cuentan los poetas, un pasillo negro siempre solitario, dos o tres pastillas y unas manos sangrando de ansias, porque cuando asomaban las primeras horas volvías aunque no te tuviera y aquel infierno era un mal lejano, como de otra vida.
Pero no vengo a contarte esto, ya tendré tiempo para hablarlo conmigo. Hoy ubiqué la sillita verde del lado desde el que se ve el sol, allá lejos una superficie azul, no hay nada y todo parece tranquilo, no les creo a mis fugaces alucinaciones, yo sé que no sos vos aquel que viene y va lentamente en su bote, tal vez sea algún marinero perdido, pero imagino que ellos siempre saben cómo volver. Admito que me cuesta bajar la vista para escribir, no suelo hacer estas cosas y es marzo y nada me parece mejor que mirarte, mirar, mirarte las olas suavecitas y nunca poder ver cómo rompen. Los finales no me gustan mucho, así que la ubicación de los árboles y de mi silla es, digamos, ideal.
¿Volviste? Te invitaría a estar por acá, te lo juro, pero pocas veces el cielo se ha tornado así de rosa, no es que me guste tanto ese color y sin embargo queda lindo con el ahora verdoso mar, yo sé que te fuiste porque tenías cosas que hacer, tal vez un trámite en las ciudades, sé que para ustedes los veranos son hermosos y los inviernos algo así como un infierno porque tienen que hacer trámites. Por eso te pregunto si volviste, no es que lo haga porque me interese sino porque me resulta sospechoso, no, no sospechoso, raro, el otoño se deja ya ver en las hojas, y supongo que eso indica que la ciudad te espera, nunca la vi pero imagino que habrá muchos papeles, no hojas, papeles y vos tenés que dibujarlos. Así que no sé por qué podrías volver, claro que si yo fuera vos volvería, siempre volvería a mirar el cielo, o mejor dicho nunca volvería, porque nunca me iría.
Solías abrazarme y yo lloraba, tal vez me apretabas demasiado, y leíamos mucho sólo para reírnos de que leíamos mucho, porque nunca entendíamos aquella filosofía. Supongo que te acordarás de esas cosas, de hecho te llevaste algunos libros, aunque seguramente no te harán reir.
¿Te dije alguna vez lo hermoso que puede llegar a ser el cielo según desde dónde lo mires? Yo creo que se ve perfecto desde esta sillita verde, no sé cómo hace pero me trae tu risa, quizás porque ya está haciéndose real, no quiero arruinarte la sorpresa, pero es muy visible tu botecito gris, y reconozco tu silueta desde lejos pero no me saludes con la mano porque aún no puedo verla. Qué lastima dejar la sillita verde, aunque supongo que desde tus brazos se verá mejor el cielo. Y qué bueno que vuelvas, porque ahora que te veo sé que no sabía dónde estabas, aunque te hubiera buscado, sabés, para darte esta carta.

Seudónimo: Opus 37/ii G

LAGO DE LOS CISNES (C)

Recuerdo como si fuera hoy aquel día cuando mi mamá me fue a buscar al estudio de danzas y en la cartelera un cartel que con letras grandes y blancas decía:” El teatro argentino de La Plata presenta: El lago de los cisnes” y en el medio del cartel la figura de una mujer muy blanca que imitaba la figura de un cisne. Esa imagen me cautivó, me quede mirándola como si tuviera que resolver un acertijo en su interior, en esos brazos que parecían alas y cuello de ese cisne. De repente sentí una sacudida, era mi mamá que intentaba llamar mi atención pera poder irnos de una vez. Durante todo el camino de vuelta estuve muy callada pensando en esa imagen, había algo que me ….
-Si querés podemos sacar entradas para la función del sábado a la noche.
-¡¿De verdad?!- contesté sorprendida, no era ningún secreto que mi madre odiaba los ballets de repertorio.
-Sí, por supuesto-contestó- Entonces ¿querés ir o no?
-Claro me encantaría, además es una de las mejores compañías de América-contesté entusiasmada
Durante toda la semana deseé que llegara el sábado. También pensé mucho en el cisne. Muchas veces en las clases de baile habíamos bailado con su música pero nunca había visto ninguna coreografía y apenas tenía una vaga idea del argumento. Decidí investigar un poco sobre la obra, busqué libros donde hablaba del argumento de la obra, quien era el compositor y quien el coreógrafo, cuando se bailo por primera vez, etc. Pero esas cosas no eran importantes, yo quería ver más fotos, quería encontrar algo que me ayudara a resolver ese acertijo, que develara ese misterio que tanto me atrapaba de esa imagen. Hasta que por fin lo encontré: era un libro gordo, escrito en francés, supongo, con muchas fotos de mujeres que simulaban ser cisnes, cuyos brazos parecían alas.
Finalmente llegó el sábado. Estaba muy nerviosa, quería ver a esas mujeres que parecían cisnes bailando, moviendo sus brazos como alas o usándolos para imitar un cuello. Cuando llegamos al teatro le dimos las entradas a un hombre que estaba en la puerta y este nos llevó hasta nuestros lugares. Teníamos una excelente ubicación, nos sentamos y unos minutos más tarde empezó a sonar la música. Toda la obra era muy buena, la técnica era impecable, el vestuario y la escenografía eran preciosos. Pero lo que más me atrapo fueron los brazos que imitaban alas, eran como un ejército de mujeres-cisne que defendían a la mujer blanca del cartel. Sentía que mientras movían los brazos me invitaban a bailar con ellas, era como una especie de ritual de guerra al cual me invitaban a sumarme. Los movimientos de los brazos eran suaves y parecía que nunca terminaban, era imposible saber donde terminaba una y empezaba el otro. Cada vez me sentía más cerca del grupo. Me sentía en una burbuja formada por la música tranquila e hipnotizada por ese movimiento de brazos que cada vez eran más parecidos a alas que a brazos. Entonces sentí una cosquilla en el mentón como si una pluma lo hubiera rozado. La música era cada vez más envolvente, la sentía cada vez más dentro de mi cuerpo. Los brazos ya no eran brazos sino alas y mis brazos tampoco eran brazos eran alas que se movían igual que los otros participando de ese ritual al cual había sido invitada. Ya estaba muy lejos de ese teatro, estaba en un lago muy extraño rodeada de un ejército de cisnes con alas que parecían brazos.

Seudónimo :Dobby

LA NIÑA Y LA DIOSA (C)

La lluvia entera lastimaba sus mejillas y recorría cada abertura entre sus dientes de porcelana, su nariz odiaba y aquellos ojos cerrados, hacia las oscuras nubes tenían miedo. Las plumas desmembradas de sus alas blancas estaban caídas, cubiertas de barro, pero aún brillaban. La delicada criatura resplandecía en el aire ciego.
Fue entonces cuando ella, desnuda y con temor resurgió como una flor solitaria que vive en oscuridad y encuentra un hilo de luz, y por querer ir más allá de los límites de la pasión, empezó a llorar.
Había acabado con la vida de todos. La aldea estaba destruida, hecha pedazos, los cadáveres se podrían en la llanura, con sus almas manchadas de sangre. Quería desmayarse, deseaba desaparecer, retroceder el tiempo y nunca haber existido. “¿¡Por qué no me detuve!?” Se preguntaba, mientras el lugar se fundía en sus ojos.
Atada con cadenas se encontró en su propia mente. Restringida a los deseos de otros. Resultado de la ambición de todos. Y si bien no pudo pensar por sí misma, surgió en ella: “¿Quién soy?” Pregunta muy fácil para tan difícil solución. Revolución, independencia, su mente tenía esos conocimientos, pero aquel latente corazón estaba hundido en el pozo del destino, no podía reaccionar ante lo inevitable. Dolor. La mente se nublaba con la tragedia de su existencia. ¿Por qué existir para los deseos de los demás? Ellos no se preocupaban por ella, ¿por qué habría de quererlos?, los odiaba porque la habían creado.
Aturdida, su inconciente voluntad quería morir. Bastaba con detonar la bomba de su pecho y no quedarían rastros de ella, ni de nada de lo que allí había ocurrido, o antes hubiese vivido, sonreído, amado y llorado. La cruel guerra terminaría en ese instante.
Sin embargo fue en ese momento, en ese último segundo, cuando la Naturaleza y el Infinito se confabularon: una sombra de la sombra se levantó tambaleando, y con ojos blancos miró a la diosa. Era una pequeña niña que se atrevía a encontrar su mirada. Y fue ahí cuando la lágrima quiso, pero no pudo, correr entre el pellejo de aquellos labios.
Descalzos y ensangrentados sus pies comenzaron a avanzar sobre el camino de barro y de nubes de posibles sueños. La alada criatura estaba paralizada, inmersa en un punto fijo entre los cuerpos de la madre y del padre de la inocente, tendidos por sobre el sucio bordeaux.
-¿Quién soy?- la alada criatura grita.
-¿Quién eres?- escucha a su verdadera voz dentro suyo.
-Yo soy yo.-
-Mentiras.-
-¡Ayuda!-
-Nadie te puede ayudar.-
-¿Por qué?-
La niña seguía avanzando, entretejiendo curiosidad y olvido, a cambio de saber perdonar y comprender.
-¿Por qué?-
-Porque no conoces a nadie.-
Con ojos sin luz y piel teñida en costras, la mente y el corazón de la indefensa palpitaban y acumulaban ilusiones.
-Desaparecieron bruscamente, se olvidaron de mi existencia, o quizás simplemente nunca existí…- La Diosa repetía en voz alta.
A unos metros ya se encontraba la niña, cuando la criatura reaccionó, miró su rostro, su cuerpo, olió su sangre, sintió su esencia y retrocedió con miedo unos pasos. La inocente no le temía, accionaba al igual que ella, a inconsciente voluntad.
Se atrevió a tenderle sus pequeños y delicados brazos. Divina criatura, quería alcanzar por última vez la belleza. La alada blanquecina, aún más temerosa quiso volar y no pudo, quiso morir y no se atrevió, quiso correr y resbaló. No quería acabar con la vida de la inocente, no sabía si recordaría aquel momento. Pobrecilla, arma letal, no quería que la nena la tocase, no quería sentir, lo deseaba pero la muy cobarde le temía al olvido o quizás… más le temía al recuerdo. Un paso, dos pasos, la inocente avanzaba, mientras las alas se rajaban entre las rocas del suelo, puesto que la Diosa se arrastraba, retrocediendo, sudada, extenuada, negando con la cabeza y rechinando sus dientes. Jamás se vio escena tan blanca con un telón de fondo tan cargado, tan negro.
-¡No me hagas hacer esto! ¡Por favor!-
La Diosa gritó con lo ojos bien cerrados, marcando el entrecejo. Hasta que, de repente levantó su quebradiza mano hacia lo alto y enfrentó la palma hacia su pecho, amagando la muerte de ambas.
Silencio. Fue absurdo, mas allí se escuchó silencio.
-Despierta- escuchó en su mente.
Y como si el tiempo se hubiese detenido, la niña se había acercado a la criatura y con los brazos extendidos la recibía con un cálido y pegajoso abrazo. Las brumosas respiraciones se hallaron y se hicieron una. La criatura sintió el suave cabello de la inocente por sobre sus hombros, mientras su odio albar caía en forma de lágrima sobre su mejilla. Amó al corazón acelerado, delicado, que la rodeaba en una nube de comprensión.
Entonces supo que no era así… puesto que en ese momento, la niña tenía sus manos posadas sobre su cuello y la estrangulaba con todas sus fuerzas.

Aquella mañana su pestañear tiritó, desmintiendo el palpitar acelerado y asustado de aquel corazón, la rendija de sol que ingresaba por la ventana enfrió su frente y la lágrima en su mejilla derramó su acidez sobre la almohada.
Las paredes del hospital nunca habían estado tan amarillas, tan oxidadas. Junto a ella, su madre le sostenía los hombros con todas sus fuerzas. Lloraba desconsolada sobre el cuerpo inmóvil, mientras pronunciaba unas palabras difusas, que si bien no pude escuchar cuáles eran, más tarde comprendería que no haría falta repetirlas, las expresaba el viento.
Diecisiete años habían pasado desde el accidente.

Seudónimo:Nina

LA MELODÍA (C)

En un pueblo muy pequeño, Tiston, donde no habitaban muchas personas, vivían en una humilde casa Flora y Albertina. Ellas eran dos hermanas de entre 17 y 20 años de edad y con una esbelta figura que vestían con polleras y blusas de colores. Nunca se supo bien sus edades porque lo único que hacían era quedarse dentro de su casa tocando el piano, y cuando salían no se comunicaban con nadie, su paseo era ir al mercado a comprar de comer, pasear por el arroyo cercano a la casa y de regreso recolectar flores del jardín vecino. Aunque ese paseo solamente lo hacían una vez cada dos semanas.
Nadie entendía muy bien cómo podían quedarse encerradas todo el tiempo en su casa, y no era una casa muy grande sino que solo tenía una cocina, una habitación, y el espacio infaltable, allí, donde ubicaban el piano.
Todas las mañanas y por las tardes se escuchaba la melodía del piano, una hermosa canción que se repetía infinidades de veces y nadie se cansaba de escucharla. Era una melodía dulce y divertida, pero a la vez, melancólica y depresiva. Escuchando esa canción podías enamorarte, de la primera flor de jardín en primavera, de la primera hoja que cae del árbol al empezar el otoño, o entristecerte, por el último sol de verano, por la última llovizna de invierno.
Todas las mañanas y las tardes eran tristes y alegres a la vez, todos los vecinos que escuchaban la melodía experimentaban tantos sentimientos, como a la vez ninguno, estaban enamorados de todo lo que veían, como también entristecidos de lo que no podían ver.
Mientras el sonido de la divertida y triste melodía invadía las casas vecinas y los habitantes de Tiston descubrían nuevos y maravillosos sentimientos, dentro de la casa de las hermanas, Flora y Albertina, solo había un sentimiento, el amor. Ellas amaban todo y nada, amaban toda esa melodía y ninguna nota de ella, amaban a las personas de ese pueblo y a ninguna, a todos aquellos que escucharan su melodía emocionante y nadie, todo lo que florecía, nacía y crecía, amaban, y nada de todo eso.
Todo el pueblo estaba sumergido en la melodía, inconcientes de su pensamiento, perdidos en aquella hipnosis provocada por las hermanas, que sin una explicación racional de lo sucedido todos los días en ese lugar, Flora y Albertina controlaban a todas y a cada una de las personas en Tiston, todos sus movimientos, actitudes, lo que decían, pensaban y lo que sentían. Eran las dueñas del lugar, todo Tiston estaba bajo los encantos de esa melodía somnífera que controlaba a todos. Solo ellas tenían el poder sobre las notas del piano y la melodía que tocaban en él.
El pueblo vivía gracias a esa melodía y los días que las hermanas no tocaban el piano, Tiston yacía en un sueño profundo, donde las únicas que habitaban el lugar eran dos personas, Flora y Albertina.
Al escuchar esa melodía ya nada tenía un problema y una solución, nada tenía vida ni muerte, no había pasado ni futuro, decepciones ni esperanzas, lo único que existía era esa melodía, era el todo de todos y nadie, lo que ocupaba el lugar de la vida y la muerte, era el pasado, el presente y el futuro, las esperanzas, los problemas y las soluciones, todo era esa melodía que sonaba en todas partes y en ningún lugar.

Seudónimo: Delfina Accardi

IRONÍA ( C )

Algo en su interior no estaba bien. Fue entonces cuando comprendió la obvia realidad.
- Lo siento, Tom – dijo Arleen en un tono medio quebrantado y lloroso.
El muchacho sintió una pesadez enorme en su pecho al entender el significado de aquellas palabras. Todo sucedió en segundos y a la vez. Arleen se impulsó hacia atrás con sus brazos sobre el pecho de Tom, y éste, sin fuerzas para seguir luchando, dejó caer los suyos a sus costados sin resistencia alguna. Intercambiaron una última mirada - la de él, llena de dolor; y la de ella, de puro perdón - antes de que Arleen se diera vuelta para correr. Las lágrimas corrían por su rostro y sus pasos eran medio torpes.
Drake golpeó con el puño el escritorio.
- ¡Maldición! - el odio y la ira corrían por su ser, y la imagen de aquella mujer aparecía una y otra vez en su mente.
Escondió la cara en sus manos, pero aún así la seguía recordando, ya ni siquiera podía pensar tranquilo. Su mente le recordaba aquella nueva necesidad, que parecía más indispensable que respirar. Su presencia le había sido adictiva, qué rápido se había acostumbrado a ella, siempre tan cálida y alegre. Nunca había aprendido a depender de nadie, pero sin Arleen –su nombre le producía una quemazón en el pecho y un nudo en la garganta, por lo que se hizo un bollo en la silla- parecía todo vacío y gris, nada le importaba realmente.
Una sonrisa de comprensión se dibujó en sus labios y se puso de pie. La solución era tan fácil… tomó su campera. Su idea era brillante, poco original, pero parecía la única solución posible a estas alturas. Salió de su casa y cerró con llave. Se rió ante la última acción: ¿qué importaba que alguien entrara a su casa ahora? Bajó los cuatro escalones hasta la vereda y comenzó su camino hacia la izquierda. El anciano de la florería del frente lo saludó, él le respondió igual que siempre, sólo que esta vez una tristeza casi imperceptible se reflejaba en su sonrisa y mirada. Caminaba tranquilo, aún le quedaban unas cuantas cuadras que andar.
Varios minutos más tarde, un taxi estacionó frente a la puerta. Arleen sacó de su billetera dinero más que suficiente y se lo dio al chofer.
- Gracias, quédese con el cambio. - dijo mientras bajaba apurada.
El chofer se quedó dudando unos segundos, para luego arrancar el auto e irse.
Arleen miró la puerta, inmóvil y tratando de reunir coraje. Caminó con paso decidido y golpeó la puerta dos veces. Esperó casi un minuto antes de golpear de nuevo. Por favor, por favor, rogaba ella en su interior.
- ¡Drake! Por favor abre... tengo que decirte algo. - golpeó otra vez la puerta. - Si no quieres escucharme, está bien, pero necesito decírtelo igual. - no hubo respuesta del otro lado. – Tenías razón, yo… - comenzó a decir dulcemente.
- Señorita - interrumpió alguien de voz ronca, para luego aclararse la garganta. - El muchacho que vive allí fue a dar un paseo. - Arleen se dio vuelta y vio que el anciano de la florería estaba escalera abajo, mirándola con gesto amable.
- ¿Cómo dice? – respondío luego de un segundo. Se acercó al anciano - ¿A dónde fue? - exigió tratando de controlarse.
- Pues, la verdad es que no sé, pero se fue por allí - señaló la dirección por la que se había ido Drake - y por la cara triste que llevaba no creo que vuelva... pronto.
Los ojos de la chica se abrieron de par en par, conteniendo la respiración un par de segundos, y comenzó a correr desesperadamente por dónde le había indicado el anciano. Por allí estaba el puente, donde se habían conocido. Drake, ¿no irás a...?, ese pensamiento le dio una punzada en el corazón. Corrió más rápido.

El atardecer, glorioso momento del día. El recuerdo de cuando la conoció, de su apariencia y los momentos juntos inundaron sus pensamientos. Caminaba por el puente, sonriente, hundido en su propio cielo de memorias. Respiró profundamente, el aire parecía más ligero. Pero entonces, sus recuerdos llegaron al momento en el que ella cambió de parecer, cuando él la dejó ir, cuando su vida pasó del Paraíso al Infierno. Frunció el ceño, sus recuerdos ahora eran solitarios, con esos sentimientos de vacío, ansiedad y dolor. Sacudió su cabeza tratando de desterrar esos horribles pensamientos, tratando de volver a aquel cielo de memorias para sacarse la sensación de amargura creciente en su interior. Pero no pudo. Lágrimas salían de sus ojos, se puso de frente al río y se paró al borde del puente, sosteniéndose fuerte con sus brazos de las barras de metal. Los autos pasaban a su espalda. Cerró los ojos. Un paso más lo sumiría en un dulce sueño... para siempre ya no sentiría dolor ni sufriría. El viento sopló con fuerza, sacando del bolsillo de su campera una servilleta, que voló sobre el río. La reconoció en un instante: era la misma que tenía el número de ella escrito. Tal vez, era una señal.

Arleen se sentía decaer, pero debía seguir corriendo. Llegó al imponente puente y lo vio allí, tan frágil y herido en su interior. Estaba a varios metros adelante, siguiendo algo con la vista. Giró la cabeza para ver de qué se trataba y se encontró con aquella servilleta. Comprendió las intenciones de Drake. ¡No!, gritó con horror en su mente.
- ¡No, Drake! ¡No lo hagas! ¡Por favor, escúchame! - al acercarse fue frenando.
Arleen paró a sólo un metro, con la respiración agitada, acercándose de a poco. Drake ya no escuchaba nada, y justo en ese momento dio el paso. Ya no podía soportar más ese dolor. Para él, el tiempo se estiró como si fuera un elástico. Su pie quedó suspendido en el aire un instante hasta que el resto de su cuerpo empezó a caer. Se giró de espaldas mientras caía y -como debe suceder- su cabeza fue hacia abajo. Miró el cielo por última vez, era hermoso en verdad. Ya no faltaría mucho cuando vio lo que menos esperaba, lo que más deseaba y lo más irónico que hubiera podido aparecer. Era ella, la dueña de su tormento y su corazón. Al parecer lo miraba horrorizada, suplicante. Drake siempre le hubiera dado todo, todo lo posible y más aún, pero ésta vez no podría. Ese último paso era irreversible y la decisión de ella fue hecha demasiado tarde. Lo hubiera dado todo por quedarse con ella, que ahora volvía, pero pagaría con su vida el amor que nunca le habían correspondido.

Seudónimo: Little Dreamer

LA SALVACIÓN (A)

Sé que eran dos chicos de unos doce años, muy jóvenes para convertirse en hombres, pero es así como sucedió. Eran valientes y muy fuertes, sabían usar bien el arco y flecha, también habían aprendido a manejar el hacha, principal arma de los guardianes de la montaña. Eran muy amigos y ambos eran los más morochos de la aldea, se parecían tanto que muchos pensaban que eran hermanos. Hace un tiempo habían sido unos niños muy alegres y simpáticos pero desde la llegada de Misáianes todo había cambiado. Pero como no quiero aburrirlos más, les contaré la historia de estos dos jóvenes.
Era una mañana calurosa y soleada, ya no quedaban muchos guardianes de la montaña, todos los hombres y las mujeres estaban callados en la aldea excepto por algunos niños que se los oía reir. Onaicul y Pentrorof, nuestro dos protagonistas, estaban jugando con espadas de madera, creyéndose guerreros. En eso Aranoele mandó a su hijo, Onaicul, a ordeñar a las cabras gigantes. Onaicul agarró un cubo de madera y acompañado por su amigo salieron a escalar la montaña Escarsone.
Onaicul nunca había estado tan triste un día antes de su cumpleaños, al día siguiente cumpliría trece, pero sería porque no sabía que sorpresa le esperaba. Los chicos estaban muy cansados, era la primera vez que las cabras habían subido tanto y por lugares tan difíciles; de repente vieron una cabra y se apresuraron a seguirla, estaban yendo por caminos que no conocían. Luego de seguirla por mucho tiempo la cabra se metió en una cueva. Adentro estaba oscuro pero la cabra se veía iluminada por una luz tenue. Caminaron hacia allí y vieron algo sorprendente, un lulu. Onaicul y Pentrorof estaban viendo al último lulu de su especie. El lulu era muy viejo y comenzó a hablar muy pausado. Se hizo de noche y los chicos le prometieron al lulu regresar al día siguiente; se apresuraron a ordeñar la cabra y bajaron corriendo la montaña, llegaron a la aldea y le entregaron la leche a Aranoele y luego de ser interrogados por la madre, que no sabía por qué habían tardado tanto en ordeñar una simple cabra, sin decir nada se fueron a dormir.
A la mañana siguiente los chicos se ofrecieron para ir a ordeñar las cabras, las madres sospecharon algo raro en ellos pero como eran los únicos que querían ir les entregaron los cubos y les dijeron que se pusieran en marcha porque pronto llegaría la temporada fría y todavía había mucho por hacer, sin embargo esta vez les advirtieron que debían volver temprano, antes de comer.
Onaicul y Pentrorof escalaron la montaña Escarsone, pero antes de ir a ver al lulu ordeñaron a las cabras, luego subieron hasta la cueva y se dirigieron a la luz, allí estaba el lulu, los chicos lo notaron más viejo y más blanco. El lulu les dijo que su tiempo pronto acabaría, les entregó cinco huevos de diferentes colores y les dijo que su misión sería cuidarlos porque los lulus que estaban en los huevos tendrían el poder de adivinar el futuro. Los chicos tiraron la leche, fueron a buscar un poco de paja y la colocaron en los cubos de madera pero cuando volvieron a la cueva, el lulu había muerto. Los chicos lloraron esa pérdida pero sabían que tenían que cuidar de esos huevos, entonces los metieron delicadamente entre la paja blanda y se marcharon cuidadosamente.
Cuando llegaron a la aldea se encontraron con Aranoele que les dijo que llevaran la leche al granero, los chicos contestaron que ésta vez no había leche pero había algo mucho más valioso. Luego de éstas palabras le mostraron los cinco huevos, la madre sorprendida reunió a los habitantes de la aldea. Mucha gente estaba asombrada y feliz ante el hallazgo de los chicos, pero otros reaccionaron de muy mala manera porque decían que esa iba a ser su perdición. Luego de un debate con muchos gritos y discusiones llegaron a la conclusión que cinco ancianos tendrían que ir a la cueva donde encontraron a los huevos y allí cuidar de éstos, porque ese era un lugar seguro, después se hizo un largo silencio que Onaicul interrumpió, dijo que no permitiría que se llevaran a los huevos si él no iba con ellos, éstas palabras involucraban también a Pentrorof que era más reservado pero firme en sus decisiones; en ese preciso momento un huevo se rompió y salió una colita roja y cuando el pequeño lulu logró asomar su cabecita dijo:” Ya saben de nuestra existencia, los pastores están cerca”. Luego de esto hubo un caos pero al final se pusieron de acuerdo y ermpezaron a hacer los preparativos para la guerra.
Onaicul y Pentrorof agarraron dos arcos y los carcaj con flechas que habían sido de sus padres y seguidos de cinco ancianos se pusieron en marcha con los nuevos lulus. Después de treinta minutos los guardianes habían subido lo suficiente para divisar desde allí al ejército numeroso de los pastores, estaban muy cerca de ellos. Cuatro de los ancianos quisieron ir a luchar, pero el viejo más sabio les dijo que no valía la pena porque morirían sin que su hacha haya tocado el cuerpo de algún pastor, pero Onaicul y Pentrorof que tenían sus arcos, los tensaron y los pastores empezaron a caer uno a uno, en ese instante pasó el águila Sternoff y vio lo que estaba sucediendo, los muchachos no podrían detener por mucho tiempo más a sus rivales, entonces velozmente fue a avisarles a los guardianes de la montaña que los pastores ya se encontraban allí. Los guardianes escalaron sin dificultad y así empezó una batalla muy sangrienta y a pesar que los pastores eran más numerosos, afortunadamente no sabían moverse bien en la montaña. Finalmente los guardianes vencieron a los pastores, bajaron de la montaña y celebraron la victoria.
A la mañana siguiente Onaicul recordaba su cumpleaños como el mejor de su vida, y junto con su amigo fueron a alimentar a sus pequeños lulus. Estos chicos protegieron a los lulus, que por cierto fueron claves para resistir la segunda llegada de Misáianes, por muchos años.
Hoy en día algunos dicen ver en la montaña más alta de la actual Venezuela, cinco lucecitas de distintos colores, la gente llama mentirosos a esas personas, yo no sé por qué me llaman así.

Seudónimo: Chazz y Chuck