viernes, 30 de octubre de 2009

LA NIÑA Y LA DIOSA (C)

La lluvia entera lastimaba sus mejillas y recorría cada abertura entre sus dientes de porcelana, su nariz odiaba y aquellos ojos cerrados, hacia las oscuras nubes tenían miedo. Las plumas desmembradas de sus alas blancas estaban caídas, cubiertas de barro, pero aún brillaban. La delicada criatura resplandecía en el aire ciego.
Fue entonces cuando ella, desnuda y con temor resurgió como una flor solitaria que vive en oscuridad y encuentra un hilo de luz, y por querer ir más allá de los límites de la pasión, empezó a llorar.
Había acabado con la vida de todos. La aldea estaba destruida, hecha pedazos, los cadáveres se podrían en la llanura, con sus almas manchadas de sangre. Quería desmayarse, deseaba desaparecer, retroceder el tiempo y nunca haber existido. “¿¡Por qué no me detuve!?” Se preguntaba, mientras el lugar se fundía en sus ojos.
Atada con cadenas se encontró en su propia mente. Restringida a los deseos de otros. Resultado de la ambición de todos. Y si bien no pudo pensar por sí misma, surgió en ella: “¿Quién soy?” Pregunta muy fácil para tan difícil solución. Revolución, independencia, su mente tenía esos conocimientos, pero aquel latente corazón estaba hundido en el pozo del destino, no podía reaccionar ante lo inevitable. Dolor. La mente se nublaba con la tragedia de su existencia. ¿Por qué existir para los deseos de los demás? Ellos no se preocupaban por ella, ¿por qué habría de quererlos?, los odiaba porque la habían creado.
Aturdida, su inconciente voluntad quería morir. Bastaba con detonar la bomba de su pecho y no quedarían rastros de ella, ni de nada de lo que allí había ocurrido, o antes hubiese vivido, sonreído, amado y llorado. La cruel guerra terminaría en ese instante.
Sin embargo fue en ese momento, en ese último segundo, cuando la Naturaleza y el Infinito se confabularon: una sombra de la sombra se levantó tambaleando, y con ojos blancos miró a la diosa. Era una pequeña niña que se atrevía a encontrar su mirada. Y fue ahí cuando la lágrima quiso, pero no pudo, correr entre el pellejo de aquellos labios.
Descalzos y ensangrentados sus pies comenzaron a avanzar sobre el camino de barro y de nubes de posibles sueños. La alada criatura estaba paralizada, inmersa en un punto fijo entre los cuerpos de la madre y del padre de la inocente, tendidos por sobre el sucio bordeaux.
-¿Quién soy?- la alada criatura grita.
-¿Quién eres?- escucha a su verdadera voz dentro suyo.
-Yo soy yo.-
-Mentiras.-
-¡Ayuda!-
-Nadie te puede ayudar.-
-¿Por qué?-
La niña seguía avanzando, entretejiendo curiosidad y olvido, a cambio de saber perdonar y comprender.
-¿Por qué?-
-Porque no conoces a nadie.-
Con ojos sin luz y piel teñida en costras, la mente y el corazón de la indefensa palpitaban y acumulaban ilusiones.
-Desaparecieron bruscamente, se olvidaron de mi existencia, o quizás simplemente nunca existí…- La Diosa repetía en voz alta.
A unos metros ya se encontraba la niña, cuando la criatura reaccionó, miró su rostro, su cuerpo, olió su sangre, sintió su esencia y retrocedió con miedo unos pasos. La inocente no le temía, accionaba al igual que ella, a inconsciente voluntad.
Se atrevió a tenderle sus pequeños y delicados brazos. Divina criatura, quería alcanzar por última vez la belleza. La alada blanquecina, aún más temerosa quiso volar y no pudo, quiso morir y no se atrevió, quiso correr y resbaló. No quería acabar con la vida de la inocente, no sabía si recordaría aquel momento. Pobrecilla, arma letal, no quería que la nena la tocase, no quería sentir, lo deseaba pero la muy cobarde le temía al olvido o quizás… más le temía al recuerdo. Un paso, dos pasos, la inocente avanzaba, mientras las alas se rajaban entre las rocas del suelo, puesto que la Diosa se arrastraba, retrocediendo, sudada, extenuada, negando con la cabeza y rechinando sus dientes. Jamás se vio escena tan blanca con un telón de fondo tan cargado, tan negro.
-¡No me hagas hacer esto! ¡Por favor!-
La Diosa gritó con lo ojos bien cerrados, marcando el entrecejo. Hasta que, de repente levantó su quebradiza mano hacia lo alto y enfrentó la palma hacia su pecho, amagando la muerte de ambas.
Silencio. Fue absurdo, mas allí se escuchó silencio.
-Despierta- escuchó en su mente.
Y como si el tiempo se hubiese detenido, la niña se había acercado a la criatura y con los brazos extendidos la recibía con un cálido y pegajoso abrazo. Las brumosas respiraciones se hallaron y se hicieron una. La criatura sintió el suave cabello de la inocente por sobre sus hombros, mientras su odio albar caía en forma de lágrima sobre su mejilla. Amó al corazón acelerado, delicado, que la rodeaba en una nube de comprensión.
Entonces supo que no era así… puesto que en ese momento, la niña tenía sus manos posadas sobre su cuello y la estrangulaba con todas sus fuerzas.

Aquella mañana su pestañear tiritó, desmintiendo el palpitar acelerado y asustado de aquel corazón, la rendija de sol que ingresaba por la ventana enfrió su frente y la lágrima en su mejilla derramó su acidez sobre la almohada.
Las paredes del hospital nunca habían estado tan amarillas, tan oxidadas. Junto a ella, su madre le sostenía los hombros con todas sus fuerzas. Lloraba desconsolada sobre el cuerpo inmóvil, mientras pronunciaba unas palabras difusas, que si bien no pude escuchar cuáles eran, más tarde comprendería que no haría falta repetirlas, las expresaba el viento.
Diecisiete años habían pasado desde el accidente.

Seudónimo:Nina

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