viernes, 30 de octubre de 2009

LA MELODÍA (C)

En un pueblo muy pequeño, Tiston, donde no habitaban muchas personas, vivían en una humilde casa Flora y Albertina. Ellas eran dos hermanas de entre 17 y 20 años de edad y con una esbelta figura que vestían con polleras y blusas de colores. Nunca se supo bien sus edades porque lo único que hacían era quedarse dentro de su casa tocando el piano, y cuando salían no se comunicaban con nadie, su paseo era ir al mercado a comprar de comer, pasear por el arroyo cercano a la casa y de regreso recolectar flores del jardín vecino. Aunque ese paseo solamente lo hacían una vez cada dos semanas.
Nadie entendía muy bien cómo podían quedarse encerradas todo el tiempo en su casa, y no era una casa muy grande sino que solo tenía una cocina, una habitación, y el espacio infaltable, allí, donde ubicaban el piano.
Todas las mañanas y por las tardes se escuchaba la melodía del piano, una hermosa canción que se repetía infinidades de veces y nadie se cansaba de escucharla. Era una melodía dulce y divertida, pero a la vez, melancólica y depresiva. Escuchando esa canción podías enamorarte, de la primera flor de jardín en primavera, de la primera hoja que cae del árbol al empezar el otoño, o entristecerte, por el último sol de verano, por la última llovizna de invierno.
Todas las mañanas y las tardes eran tristes y alegres a la vez, todos los vecinos que escuchaban la melodía experimentaban tantos sentimientos, como a la vez ninguno, estaban enamorados de todo lo que veían, como también entristecidos de lo que no podían ver.
Mientras el sonido de la divertida y triste melodía invadía las casas vecinas y los habitantes de Tiston descubrían nuevos y maravillosos sentimientos, dentro de la casa de las hermanas, Flora y Albertina, solo había un sentimiento, el amor. Ellas amaban todo y nada, amaban toda esa melodía y ninguna nota de ella, amaban a las personas de ese pueblo y a ninguna, a todos aquellos que escucharan su melodía emocionante y nadie, todo lo que florecía, nacía y crecía, amaban, y nada de todo eso.
Todo el pueblo estaba sumergido en la melodía, inconcientes de su pensamiento, perdidos en aquella hipnosis provocada por las hermanas, que sin una explicación racional de lo sucedido todos los días en ese lugar, Flora y Albertina controlaban a todas y a cada una de las personas en Tiston, todos sus movimientos, actitudes, lo que decían, pensaban y lo que sentían. Eran las dueñas del lugar, todo Tiston estaba bajo los encantos de esa melodía somnífera que controlaba a todos. Solo ellas tenían el poder sobre las notas del piano y la melodía que tocaban en él.
El pueblo vivía gracias a esa melodía y los días que las hermanas no tocaban el piano, Tiston yacía en un sueño profundo, donde las únicas que habitaban el lugar eran dos personas, Flora y Albertina.
Al escuchar esa melodía ya nada tenía un problema y una solución, nada tenía vida ni muerte, no había pasado ni futuro, decepciones ni esperanzas, lo único que existía era esa melodía, era el todo de todos y nadie, lo que ocupaba el lugar de la vida y la muerte, era el pasado, el presente y el futuro, las esperanzas, los problemas y las soluciones, todo era esa melodía que sonaba en todas partes y en ningún lugar.

Seudónimo: Delfina Accardi

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