domingo, 25 de octubre de 2009

EL DESIERTO (C)

Salió apurada, era tarde. Tomó las cosas casi sin mirar y partió rumbo al trabajo, todavía confundida por las imágenes de aquel enigmático sueño. Mientras abordaba el primer taxi que encontró libre, su teléfono celular comenzó a sonar reiteradamente ¿Quién podía llamar a estas horas de la mañana? Todavía dormida, alcanzó a leer el nombre de su amiga Clara en la pantalla de su teléfono. La notaba confundida y algo asustada. Mientras le pagaba al chofer, intentaba entender lo que ella le decía. Le contaba que la habían asaltado, en la madrugada. Los ladrones se habían llevado todo, pero no le habían hecho nada. Ella dormía mientras un grupo de maleantes le desvalijaban la casa. Su cabeza estaba en el sueño de la noche anterior y las palabras de Clara se oían lejanas. Igual, la tranquilizó como pudo, no llegaba a oír lo que decía, pero escuchaba un dejo de desesperación en la voz que pronunciaba palabras incomprensibles. Se hacía tarde. Prometió llamarla después y le cortó para entrar a trabajar, recordándole que ya era la hora.
El trabajo, ese día, había sido muy demandante y no tuvo tiempo para volver a pensar en el sueño, menos en el robo que Clara le había relatado en la mañana, del que ella poco había comprendido. Llegó a su casa cansada, tomó una ducha y se fue a dormir. Ahí empezó el verdadero infierno. Otra vez ese sueño enigmático, que no comprendía. Se veía a sí misma, en un extenso desierto, había más gente aunque no alcanzaba a distinguirlos bien. Caminaba y caminaba, hasta que llegaba a un sitio en donde había un profundo hundimiento, una gran depresión. En los bordes, mucha gente conversaba, otra trabajaba, hasta había gente danzando pero sin dudas, el grupo que más le llamaba la atención era aquel que permanecía en silencio, cubriéndose la cara con las manos.
Se despertó porque la sed la estaba matando, tanteó en su mesita de luz y alcanzó una botella de agua, de la que bebió animadamente. Miró el reloj: cuatro de la mañana. Esperaba que el sueño no apareciera de nuevo. Cuando consiguió conciliar el sueño nuevamente, las imágenes del desierto volvieron a invadirla. No, otra vez no, se repitió… pero ya era tarde.
Se acercó a ese grupo de gente y preguntó por qué se tapaban los ojos… Un hombre, que parecía el mayor de grupo le dijo: - Nosotros somos la gente normal, común y corriente…esa que nunca percibe nada, que vive acelerada por el ritmo de la vida, por llegar a tiempo, y que no quiere ver la realidad. Se sorprendió ante la respuesta del hombre y le preguntó por la gente que trabajaba, la que danzaba, y especialmente por aquella gente que saltaba dentro de la fosa. El despertador sonó, se despertó de un salto y se fue al trabajo. Estaba más confundida que la noche anterior, porque ahora había podido interactuar con esa gente.
Llamó a Clara para terminar esa charla que tenían pendiente. Cuando le estaba por cortar, porque tenía, otra vez, que llegar a tiempo al trabajo… Clara tomó una actitud totalmente inesperada. Algo enojada, le dijo: - No puede ser, siempre trabajo, trabajo, trabajo… ¿Por qué no parás un poco? Vivís acelerada, siempre llegando a tiempo, te perdés de un montón de momentos lindos, como una linda charla con una amiga, por ir a ese trabajo… ¡Basta! Mientras escuchaba estas palabras, un escalofrío le recorrió el cuerpo, era las mismas palabras que había escuchado del hombre, en sus sueños. Se limitó a decirle que era una obligación, mientras entraba a su oficina. Su jefe la estaba mirando algo molesto, y Clara no dejaba de hablar. Le cortó, sin decirle más nada, sabiendo que eso iba a traer problemas… pero prefería eso, antes de que su jefe la deje sin trabajo. Su jefe se llamaba Boris y era un hombre de unos cuarenta años. Siempre estaba de mal humor y se peleaba con todo el personal. Ese día le había asignado el doble de tareas por haber entrado hablando por teléfono. No toleraba más ese tipo de reacciones, pero era su jefe y nada podía hacerle.
Mientras intentaba concentrar su atención en las tareas de Boris le había asignado, la frase de aquel hombre y de Clara, no dejaba de darle vueltas por la cabeza, tal vez Clara tenía razón en lo que decía y tal vez ella era similar al grupo de sus sueños. Ella era de las típicas mujeres que viven para su trabajo, que no veía noticieros para no enterarse de la realidad, que hasta a veces ignoraba a sus amigas cuando tenían muchos problemas, simplemente para no encontrar razones para deprimirse. Tampoco así lograba ser feliz. Era feliz, pero no del todo.
Cuando logró terminar todo el trabajo que Boris le había dejado, cerró la oficina, pidió un taxi y fue para su casa. Eran cerca de las ocho de la noche, y estaba exhausta. Ni siquiera cenó, fue directamente a dormir. Esa noche, esperaba conocer un poco más de esa gente extraña y quería entender si realmente ella era uno de ellos. Ahí estaba otra vez, el desierto. Se acercó a la gente que no quería ver la realidad y les preguntó si ella era una de ellos. El hombre mayor, volvió a tomar la voz y le dijo: - Sí, sos una de nosotros. Siempre estás preocupada por tu trabajo y de esa manera, ignoras lo que pasa a tu alrededor, no lo quieres ver. La respuesta era clara, pero las dudas se apoderaron de ella, otra vez. Tímidamente preguntó: - ¿Y qué significa esto? ¿Qué tengo que hacer? El hombre se quedó pensando unos segundos, sin decir nada, finalmente dijo: - Tenés dos caminos, uno de esos caminos es resignarte a ser siempre así, vivir una vida acelerada y sin grandes sucesos, trabajando sin parar y sin querer ver lo que sucede a tu alrededor. Otro camino es deshacerte de la causa de presión, del motivo de tu saturación y tus problemas… en otras palabras de tu obsesión con el trabajo, con el tiempo, y así de a poco empezar a disfrutar un poco más de las pequeñas cosas y por supuesto, ver lo que pasa a tu alrededor. Algo dubitativa le respondió: -Elijo la segunda opción, me quiero deshacer de mi trabajo. El problema no es el trabajo, querida… el problema es tu jefe, Boris, de él te tienes que deshacer, dijo el hombre.
Se despertó sobresaltada, eran las cinco de la mañana… su corazón latía a mil por hora y un sentimiento de ira se apoderaba de ella. El hombre tenía razón, ella tenía que matar a Boris. No quería escuchar más sus gritos por la mañana, no quería más trabajo extra, no quería ver más su semblante, lo iba a matar. Odiaba a Boris con todas sus fuerzas y por eso iba a acabar con su vida. Pero ahora se tenía que plantear cómo… iba a encerrarlo en la pequeña cocina que tenía la oficina y dejaría el gas abierto… sin dudas, así iba a morir y además, parecería un accidente y nadie sospecharía de ella.
No pudo volver a dormirse, desayunó tranquila y se fue a trabajar. Llegó temprano, y Boris ya estaba ahí, como siempre, vestido con el mismo traje que usaba todos los días, chequeando el trabajo que ella había hecho la noche anterior. La saludó de una manera poco amable, y se fue a la cocina a preparar café. Era el momento ideal. Ella entró a la cocina, simulando que quería un vaso de agua y despacio, con un movimiento casi imperceptible, abrió el gas. Después, salió despacio y cerró la puerta con fuerza, buscó la llave arriba del escritorio y cerró. Escuchó los gritos desesperados de Boris, una y otra vez, hasta que al fin… los gritos cesaron. Decidió que era momento de irse, se llevó todas sus cosas y rápidamente se fue. Ninguno de sus compañeros había llegado, nadie la había visto. Su plan había salido a la perfección.
Cuando llegó a su casa no podía contener su alegría. Río a carcajadas durante horas hasta que se quedó dormida. Esperaba soñar con el desierto, quería saber cómo seguían las cosas, esperaba las palabras de felicitación del grupo… pero sus sueños habían desaparecido. No soñó, nunca más soñó con ese desierto.

Seudónimo: Canela

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