martes, 20 de octubre de 2009

SENTIMIENTOS HÚMEDOS (B)

En ese instante, me bañaba. Sentía como las milimétricas gotas de agua caían sobre mi cuerpo, lo sentía tan profundamente que esas gotas deslizaban suavemente por mi corazón refrescándolo de un grave shock; reflexionaba tan seriamente que creo haberme olvidado de que los dedos de mis manos y pies se arrugaban, como viejos testigos de diversos sentimientos.
“Sí”, me dije, pero esa respuesta fue invadida rápidamente por un “No, ¿O a caso estoy loca?”; sí, eran dos extremos, dos extremos a los que se podían llegar con sólo considerar distintos aspectos de eso que me estuviese ocurriendo.
“Sí” grité, grité en mi interior, poseída por una idea optimista. Salí del baño, con la mente en blanco, aunque persistiendo con la misma idea, y, simplemente sin más rodeos, me fui a dormir.
Desperté, ni triste ni feliz, sólo ansiosa. Era un día tremendamente soleado, pero al mismo tiempo templado. Fui caminando rodeando el parque, me le acerqué sigilosamente para no irrumpir la tranquilidad con la que permanecía allí, sentado, haciendo tarea o escribiendo poemas, o por lo menos eso era para mí , con solo una frase suya ya era todo un poema para mí. Caminé despacio y sin pensar en nada, tal es así que casi me olvido lo que le iba a decir. Me senté al lado suyo, miré al sol, resplandeciente y brillante, y luego bajé a la vista para ver sus ojos, sus pardos ojos, que me encandilaron; brillaban y resplandecían aun más que el sol. Alzó la mirada dirigiéndola hacia mí como con un interrogante.
-Hola…- le dije yo.
-¿Todo en orden?- dijo él clavando sus ojos en mí.
- Sí… No, es que, no sé.- respondía ansiando librarme de esa verdad de una sola vez- Voy a ser clara y precisa…
-¿Qué pasa?- dijo él volviendo a concentrarse en lo que estuviese escribiendo.
- Odio amarte tanto… - dijo otra voz que provenía de mi interior.
Recuerdo que antes de que me incorporase y dirigiese hacia algún lugar muy lejos de allí, él solo dijo, mirándome a los ojos por última vez desde entonces: “No…”.
Luego de ese día llegué a mi casa, cansada, agotada. Invertí mis últimos esfuerzos en bañarme… el único escape sin salida que se me ocurrió.
Estiré mi mano y sentía como nunca antes el contacto del agua con mi piel. Puse la cara debajo el de agua, me refrescó las ideas, sentía la sensación de protección; son cosas que solo cuando alguien se siente muy perceptible las logra sentir. De repente sentí como si esa lluvia limpiase algo de mí, había algo raro, mi mente estaba en blanco, faltaba algo, un pensamiento, una sensación. Sentía como si las gotas limpiaran ese rincón oscuro donde yacía mi corazón sucio de tristeza. Pero eso no era agua, se confundía con algo más, llanto, llanto que luego fue desapareciendo.
Salí de la ducha, sin secarme, pues percibía cómo las gotas de agua deslizaban sobre mi cuerpo llevándose algo más con ellas, algún que otro odio, alguna que otra tristeza, y un sentimiento escondido muy adentro. Me fui a dormir tranquila y cansada de la vista por derramar algo, innecesario desde mi punto de vista.
Desperté, era un día lluvioso, lluvioso y frío. Cuando caminaba rumbo a la escuela no me resguardé de la lluvia, no, al contrario, fui mojándome, sintiendo la descarga de la lluvia, que todo lo contemplaba, sentía como si cada gota de lluvia fuera un lágrima desperdiciada. En eso me encontré con “él” :
-Pensé que la lluvia te deprimía.- dijo con una sonrisa.
-Ya superé eso, al igual que otras cosas.- respondí yo, con la misma sonrisa que él.
Esa lluvia fue distinta a otras, muy distinta. Ya no era una humedad molesta, no, la sentía dulce y fría al contrario de la ducha, esta lluvia cruel, pero favorable, era capaz de borrar sentimientos y emociones. Desde entonces, no sé por qué la gente odia tanto la lluvia, una fiel y eterna compañera.

Seudónimo: Soberbia Euforia

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