martes, 20 de octubre de 2009

ESCALERAS AL CIELO (B)

La sombría mirada de Raúl se asomaba por la interminable escalera. Allí, en el final de la misma, se hallaba un cuarto. En el cuarto, una mujer. Su mujer. La señora Raquel Sánchez.
Su corazón aceleraba nuevamente.
Con ojos cansados y tristes miraba la escalera. El día ya había pasado; el trabajo, la oficina, el monitor. Sólo le quedaba volver a su casa y hablar con su esposa. Pero, ¿cómo decírselo? El médico había dicho:
--Su corazón, señor Sánchez, está muy cansado. Tómese unas vacaciones.
¡Vacaciones! ¡Ja! Una persona como Raquel no aceptaría eso fácilmente; diría:
--¿Vacaciones? ¡No! Lo único que tú necesitas es más horas de sueño, y más trabajo para tener la cabeza despejada, nada más. Además, ¿de dónde sacaríamos el dinero?
--¿El dinero para las vacaciones? Creo, querida mía, que tienes depositados en tu cuenta unos diez mil dólares, suma que sacaste de mi sueldo; ¿o me equivoco?
El corazón le falló un momento. El corazón y él estaban cansados.
En cuestión de segundos se recuperó, pero el asunto lo agobiaba. Raquel tiene mucho orgullo y no aceptaría jamás una idea de otra persona que superara a una idea suya. De todas formas, tranquilamente él podría mentirle, decirle que lo despidieron o que…
La idea de una mentira lo paralizó de terror por completo. No sabía cómo podía reaccionar si descubría la verdad. Era simplemente escalofriante. Su corazón se aceleraba siempre que pensaba en mentirle a su mujer. Además del pulso acelerado, Raúl sudaba como un puerco: por eso nunca podía engañar a Raquel.
--No puedo ser tan cobarde. Además, es un tema serio: el corazón. El órgano más importante del cuerpo. Nuestro núcleo. De todas maneras, ¿quién era el hombre de la casa?... Se deprimió. Ella lo era. Todo su metro cincuenta de altura y su pequeño y esbelto cuerpecito se deprimió. Lo único que podía hacer era someterse a sus deseos, o bien infundirle pena para lograrlo.

Apoyó su pie derecho en el primer escalón. La escalera se alzaba como la torre que retiene a la princesa, custodiada por el feroz dragón. Algo irónico, ya que el dragón lo aguardaba en el último cuarto.
Cuando alcanzó el segundo escalón, su corazón se contrajo. Cada vez que ascendía por la escalera, el corazón se aceleraba y doblaba su velocidad.
A medida que subía, la escalera se transformaba a lo largo de su imaginación en un templo maya. Y en la cima, el altar de los sacrificios.
¡Qué horrible! ¡Cómo puedo pensar esto!--pensó
Ciertamente, lo hacía. En su pequeña mente construía a Raquel con un vestido maya, blandiendo la daga de obsidiana en lo alto del cielo, precediendo su difunto final.
Esa imagen efímera pero terrible, hizo que el horror corra por sus venas, dejándolo estupefacto. Por poco pierde el conocimiento y rueda por la escalera.
--¡uff!, cómo cuesta la cima, tendría que comprar un ascensor…
Para la autoestima
Cada escalón era una puñalada en su corazón. Iba ya por el séptimo. Sólo le faltaban ocho y llegaría al cuarto, su destino.
Uno, dos. Uno, dos. Subiendo esa escalera Raúl había envejecido treinta años. Ya no era un hombre ágil y fornido de cuarenta y tantos. No no. Era un viejo de setenta y largos, todo senil y arrugado. Su rostro había palidecido, su espalda estaba curva ahora, sus piernas enflaquecieron y su cabello, encanecido. Cada vez le costaba más llegar a la cima. Era cómo escalar el Everest o el Himalaya. La escalera se alzaba y comparaba con estos dos grandes titanes.
Decimoprimer escalón. El corazón fallaba repetidamente y lo hacía temblar.
Doce, trece… ya rondaba por los ochenta y siete años. Le quedaba poco camino por recorrer, encontrarse por fin con su destino, verse cara a cara y esperar su sentencia.
Catorce
Aquí, el mundo se detuvo. Había alcanzado los noventa y nueve años. Estaba peor que nunca. Basta decir que en el camino había tomado enfermedades que ni siquiera él sabía que tenía. En un momento supo que nunca tuvo que haber subido, podría seguir feliz, de vacaciones en las Bahamas o en las islas Filipinas, pero no. Eligió enfrentarse cara a cara, con su mujer.
El pie, intrépido pie. Cubierto por unos pesados zapatos de cuero, manchados y rasgados por el largo camino de regreso. Este pie, intrépido pie, se había atrevido a comenzar a subir el decimoquinto escalón. En cada paso, el corazón, (lo que quedaba de él), empezaba a batirse con mucha fuerza. ¡Tutuc tutuc tutuc! No pudo evitar lanzar un gemido de agonía. Mientras ése pie subía por los escalones del mal destino, los meses pasaban cómo segundos, moscardones del tiempo dispuestos a cumplir la función de su mandamás.
Mientras que el segundo pie, valiente y decidido, iba ascendiendo, el tiempo pasaba a la velocidad con que el corazón se batía, tratando de lidiar con el nerviosismo y la ansiedad. Noventa y nueve años, un mes; noventa y nueve años, dos meses…
Por fin llegó al último escalón. La cima de su largo recorrido había sido alcanzada. La puerta del cuarto estaba entreabierta. Un pequeño empujoncito bastó para ver en su interior. A los cien años, en el último escalón, frente a la puerta de su habitación, cálidamente, lo recibió la parca. “La muerte nos recibe con una sonrisa a todos, y no podemos hacer más que devolvérsela”. En ese momento, su corazón, totalmente desbaratado y destruido por toda la tensión acumulada, falló por última vez.
El cuerpo anciano de Raúl Sánchez se dejó caer suavemente por las escaleras. A lo largo del descenso, el tiempo retrocedía; se hacía más joven. Al final de la fatal caída, estaba el hombre que había comenzado a subirla. Joven y fresco lleno de vida, por así decirlo, mas ningún rastro de vida se hallaba ahora en él, ni en su espíritu.
Sin embargo, una leve sonrisa surcaba el rostro de Raúl. Una sonrisa triunfante, ganadora.
Si bien había sido atrapado por las manos frías de la muerte, había logrado escapar de las garras de la vida, que le producía más sufrimiento que felicidad. La muerte, para él, fue el regalo más precioso.

Seudónimo: "Efmamjjasond"

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